La música de Dead Can Dance puede ser una ventana a complejidades que se encierran en el alma humana. El álbum Anastasis (2012), comienza con Children of the Sun, y es imposible no hacer el paralelismo de Brendan Perry y Lisa Gerrard, como esos ‘niños del sol’, cuando Brendan canta: “y todos los caballos de la reina, y todos los hombres del rey, no pondrían jamás a estos niños juntos otra vez”. Cada uno de los ocho temas son caminos en que se notan nuevos planteamientos a los viejos temas de la banda.
Anabasis cuenta la historia de una mujer que vive en un bosque, desconectada de toda razón y emoción; mientras que Agape y Kiko son exploraciones de ritmos mediterráneos que nos recuerdan uno de los muchos vínculos que tienen Brendan y Lisa, con la fascinación por la cultura griega. Agape (palabra griega para describir ‘el amor a la vida’), es una celebración y en Kiko, Brendan permanece en el fondo con la mandolina y un solo de guitarra virtuoso hacia el final.
Return of the She-King está basado en la personalidad de Granuaile, Grace O’Malley, reina guerrera del folclor irlandés que data del Siglo XVI, según lo explicado por Lisa en entrevistas en 2012. Y todo gira en torno a ese tema de renacer, de volver a encontrar vínculos humanos luego de mucho tiempo de silencio, tal como Lisa y Brendan.
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El título de Renacimiento en su obra no es ocioso. De la banda ya nadie esperaba nada y regresaron con uno de los mejores discos de su carrera, un auténtico mosaico de creatividad y de arte que hacía mucha falta; ese tipo de música que se arriesga y reta a sus escuchas, les pide que paguen un derecho de piso para acceder con un poco de sufrimiento a un conocimiento valioso, a sentimientos que se quedan con uno y a su propio estilo único e inimitable.
En 2018 sacarían el que es su álbum de estudio más reciente, Dionysus, un regreso a lo que hacían a comienzos de los noventa en obras como Aion (1990), Into the Labyrinth (1993) y Spiritchaser (1996), con una búsqueda más abierta a los llamados “sonidos del mundo”. Dionysus es una recreación musical de los ritos dionisiacos, con sacrificio caprino incluido, un poco de “diversión”, para este dúo ya encerrado en sus obsesiones y experimentaciones con la antigüedad clásica.

En viaje al interior
Ya lo decían en los noventa, cuando el tambor muy al estilo de los aborígenes australianos sonaba en su música como el corazón mismo: como el reproche de algún dios antiguo por haber desgarrado al mundo en individuos que creen que no forman parte del otro, como si el tambor fuera el talismán para ejecutar la unión con los otros.
Para entender la creatividad de Dead Can Dance hay que notar las relaciones del hombre antiguo con la espiritualidad y la religiosidad; cómo creían que había un vínculo entre la naturaleza y la humanidad, y todo acto humano honraba esa unión, se convertía en un sacramento.
Es a mi parecer el discurso tras la creación de esta banda formada por el británico Brendan Perry y la australiana Lisa Gerrard en los ochenta, primero como un acto de música gótica, una catedral sónica de la disquera británica 4AD, y luego como un acto infaltable para la llamada world music y musicalizadores favoritos de los documentales de la BBC sobre naturaleza y exotismo. Dead Can Dance es ambas cosas en Anastasis.
Dead Can Dance siempre ha mantenido un respeto notable por las primeras músicas conocidas de la civilización. Escucharlos es prestar atención a cómo un colectivo de músicos de distintas latitudes interpreta la herencia musical de culturas hoy desaparecidas que, en ocasiones, ni siquiera sabemos bien cómo tocaban esos instrumentos.
En ese sentido, no son historiadores de la música, son antropólogos y fusionadores de las tradiciones de pueblos que de ninguna forma se hubieran conocido por lo separados que estaban entre sí. Su pregón es la unión de la humanidad, idealizada, claro, en algún modo.
Gerrard parece ser el vínculo más íntimo con ese sentir de lo antiguo, con esa apariencia de pitonisa del templo de Delfos, dispuesta a entrar en contacto con los dioses y expresarnos sus designios a través de su intraducible lenguaje. Como cuando canta en griego, o en una de esas idioglosias (lenguajes personales), que son mezcla entre varios dialectos afines a la artista.
Toca instrumentos como su yangquin (el de los martillitos), emblemático de la civilización china, y de inmediato remiten en el mapa mental que nos crean los Dead Can Dance, a los misterios de Isis, a lo inescrutable de los imperios de Egipto y de Babilonia y cómo sentían, a temas que eran el desvarío de los abuelos de nuestros abuelos de nuestros abuelos, y ahora parece que a nadie le importan.
A Dead Can Dance parece interesarle expresar cómo hemos perdido ese vínculo con el pasado de la humanidad; cómo el mismo presente y la modernidad profana se han encargado de extirpárnoslo.

Marcha hacia el campo de batalla
Y en Return of the She-King utilizan un metro que parece extraído del medioevo, y bien puede asemejarse a un ejército dirigiéndose a una batalla decisiva, con las trompetas, y los instrumentos antiguos, las gaitas irlandesas, describiendo la majestuosidad de la marcha. Y al ritmo de los tambores, la tropa se pone en marcha con toda su pompa y esplendor; su realeza, con las armas centellando a la luz del sol. Pero no todo serán rosas para los que van a morir hoy…
Lisa Gerrard se encargará con cada paso dado, de que las almas de la procesión valoren lo que irán a perder cuando las dos fuerzas se encuentren en el campo de batalla.
Es el mismo abanico de voces que crea Lisa Gerrard utilizando la tecnología en el estudio, la que le da ese halo impactante al corte. Cantando en otro de sus idiomas creados, mientras la procesión sigue. El valor que arrastra el combatiente, la coraza ceñida, el paso disciplinado, el porte; el hecho de que se busca la gloria en un acto de valor único, un gran entendimiento de la psique de una humanidad de otra época que hace mucho desapareció, pero que nos engendró a nosotros en el proceso.
Lisa y su canto que, llegado el momento, recrudece, se hace más vivo, como el alma de los caídos en otras batallas rondando; que ese valor es exiguo, y todo cuerpo humano puede correr a hacerse pedazos contra las lanzas. Y mientras el otro ejército está listo, todo se arriesga en el último momento. La música nos lo hará dolorosamente cierto. Todo en vilo, hasta que…
Suenan las trompetas. Hora de morir.
Y de pronto, aparece la voz del rey. La única y majestuosa voz de Brendan. Los tambores marciales, las trompetas en instante de revelación y aniquilación, y luego se mezcla con la voz de Lisa, en una fusión entre dos divinidades de la música que se creían perdidas y que vuelven a unirse dejando a nuestras almas rondar en un campo lleno de caídos en el combate; en donde al final las parvadas de cuervos y buitres agitarán el aire buscando carroña, mientras los sintetizadores y voces agónicas despiden este portento de canción, obra maestra.
Si se piensa, ese título: Return of the She-King (‘el regreso de la Reina’), también puede referirse a Lisa y a Brendan mismos. Y su fusión de voces al final de la pieza se hace, así, un momento épico casi al final de Anastasis, su primera obra juntos tras de 16 años alejados, que hoy recordamos a 10 años de su aparición.
