En la propia familia de Sam Fabelman (Gabriel LaBelle) se puede rastrear la evolución de Estados Unidos como potencia. Pasando del entorno semi rural de era Eisenhower, con ya todos los créditos de ser la primera potencia hegemónica del mundo, posteriores a la Segunda Guerra Mundial, al gestante sueño de la era informática en el personaje de su padre, Burt (Paul Dano), ingeniero de la RCA en la infancia de Sam.
Así, The Fabelmans (Los Fabelman, 2022), paralelo a la propia temprana biografía del director Steven Spielberg, va delineando la historia de una familia de clase acomodada del oeste estadounidense. Pero la forma en que Spielberg elabora el relato, con la cámara flotando mientras iba por primera vez al cine, es algo que podría estar dentro de los momentos más poéticos de su filmografía.
Cuando su madre Mitzi (Michelle Williams) le da una cámara de video, es un momento mágico dentro del filme, como si sus genes para la creación artística provinieran de la sensibilidad de ella. Encuentra una vocación que había comenzado como auténtica epifanía, al ver la escena del tren en The Greatest Show On Earth (El mayor espectáculo sobre la tierra, 1952), de Cecille B. DeMille.
Hasta la forma con la que su madre se acerca al pequeño Sam, con la cámara, la iluminación de su rostro, su gesto, es como de un cuento de hadas que Spielberg mismo sugiere como si fuera inspiración de una escena de E.T. (ET, el extraterrestre, 1982).
Pero una de las razones por las que The Fabelmans cala hondo es porque Spielberg no olvida que la mirada fílmica es sumamente poderosa. Que un cineasta en realidad es un trasgresor de la intimidad del otro. Una persona que se atreve a mirar es como lo puso Luis Buñuel en Un Chien Andalou (Un perro andaluz, 1929), un cuchillo que rebana la córnea. Por eso cuando Sam se entera a través de su filmación del affaire que hay entre su madre y el mejor amigo y empleado de su padre, Bennie (Seth Rogen), se entera que filmar puede ser un arma y duda de si quiere ese poder.

Es decir: el cine es todo lo maravilloso que dicen, pero al final estar frente a una realidad y ser el organizador de una versión particular de ella, es uno de los grandes pesos que deben soportar los realizadores fílmicos. Y en el mismo lapso, con la editora que su padre le ayudó a comprar, también adquiere la noción del editor. Guiños del viejo Spielberg sobre duras lecciones de lo que debe ir en su cuadro, perfeccionadas en el cierre de la película, con el pequeño pero vital rol de David Lynch como un John Huston ya en el ocaso de su carrera.
Por eso no todo mundo puede ser siquiera cinéfilo; es difícil tratar de meterte a una mentalidad y estar a merced de las percepciones de otro (por muy brillante que este sea) como una persona pasiva, algo que el joven Fabelman entiende a la mala.
La presencia de su extravagante tío Boris (un roba escenas Judd Hirsch), que le define lo que es ser artista cuando va a visitar a su madre, con la advertencia de que el creador en realidad está solo en el mundo, y su visión lo puede alejar de todos los demás, y cómo no debe temer el proceso.
Cuando Sam está editando, entiende que cuando eliges qué vas a llevar en tu cuadro, no sólo eres ese manipulador supremo, sino que te vuelves transparente y expones demasiado de lo que tú mismo eres. No puedes engañar a nadie en realidad.
Así, la edición final que hace para presentar un video familiar de camping, lleno de felicidad, es la gran lección del cine de escapismo de Spielberg, hasta cuando coloreó el abrigo de la pobre niña judía en Schindler’s List (La lista de Schindler, 1993) para ayudar a su audiencia y que no se extraviara. Una versión que puedas paladear sin sentirte demasiado incómodo.
El ojo de Spielberg, en su propia experiencia, luego fue a ilustrar pequeños pasajes de su propia obra. Es difícil no ver la imagen de su club de exploradores de la niñez como el mismo que sirvió al Indiana Jones adolescente (River Phoenix) al comienzo de The Last Crusade (Indiana Jones y la última cruzada, 1989); o el hoy legendario desembarco de Normandía de Saving Private Ryan (Rescatando al soldado Ryan, 1998), con todo y los recursos rudimentarios que utiliza Sam para resolver los problemas de una filmación con múltiples extras.
O en ET, cómo maneja la luz dentro del ropero en donde Sam proyecta sus películas caseras a su madre, o con Jaws (Tiburón, 1975), en la visita a la playa y otros pasajes que el cinéfilo detectará a lo largo de The Fabelmans.

¿Riefensthal y Spielberg?
Sin embargo, a pesar de que The Fabelmans es una gran película, también es una idealización del concepto que lo que es ser estadounidense. Como cuando John Lassiter, uno de los artífices de Pixar, en la primera de Cars (2006), en uno de los primeros momentos en que le falló realmente la creatividad a Lassiter y compañía, nos da en cara con un sermón de que el pasado (el suyo, el que le tocó), era mejor que el presente.
En The Fabelmans ese polémico instante viene con la película que filma Sam en la playa, en donde ensalza la apariencia de su bully personal, rubio y musculoso; el quarterback titular que todas las porristas anhelan llevar a su cama, en algo análogo a lo que hacía muy bien Leni Riefensthal, la llamada documentalista de Hitler, con la idealización de lo alemán-nazi.
Sólo que Spielberg lo hace con el concepto de lo estadounidense, ese que abunda por doquier en toda su obra fílmica, como si esa visión avanzara al cénit anunciado; su definición dictada por el Destino Manifiesto, a pesar de todas sus pequeñas “fallas”.
Spielberg ya nos había endilgado ese mismo panorama de “América” (como si su país, Estados Unidos, fuera todo el continente) en las recreaciones históricas del Indiana Jones posterior a los años 50 de The Cristal Skull (Indiana Jones y la calavera de cristal, 2008).
Simplemente una culminación del sueño de Eisenhower, como sacado de la película Grease (Vaselina, 1978), como una nueva forma de contar la historia, pero al estilo gringo, como si la historia no existiera y no hubiera constancia de ella en otras partes. Sólo queda la idealización de su cine.

Es un regreso a la “América” idealizada, “tiempos más sencillos”, tiempos en que las cosas “estaban hechas para durar”, en las que “no nos habíamos extraviado tanto”, y donde de lo único que teníamos que preocuparnos es de las mundanas tramas como las de la primera de Back to the Future (Volver al Futuro, 1985), de Robert Zemeckis: sortear a los bullies y tratar de “quedarnos con la chica”, con la tradicional (e infaltable) escena del baile de graduación o prom.
En ese sentido, también es un indudable cash grab, para intentar por todos los medios ganar el Oscar (la película tiene siete nominaciones, incluyendo mejor director y mejor película), diciéndole a los honorables miembros de la Academia que otras épocas fueron mejores y dejando más que claro ese aire feel good que pesa mucho en la valoración final de la cinta, como una alegre dosis de fentanilo para el estadounidense promedio de esta época.
También lee: RRR (Rise Roar Revolt), propaganda hinduista al estilo Marvel
The Fabelmans es un documento esencial para aquel espectador que quiera entender el proceso de un creador como supremo conciliador de una visión fílmica irresistible; del cineasta que tiene mucho de dulcificador de la realidad. En cierta forma, es un embustero genial y, creo, irremplazable, que jamás, pero jamás, te dejará irte del cine con un gesto de demasiado abatimiento.
La puedes ver en múltiples salas de cine.
Trailer de The Fabelmans:
Lanzamiento: 26 de enero de 2023 (México); País de origen: Estados Unidos/ India; Idioma: Inglés; Director: Steven Spielberg; Guion: Steven Spielberg/ Tony Kushner; Con: Gabriel LaBelle (Sammy Fabelman); Paul Dano (Burt Fabelman); Michelle Williams (Mitzi Fabelman); Seth Rogen (Bennie Loewy); Judd Hirsch (Tío Boris); David Lynch (John Huston). Duración: 2 horas, 31 minutos.