Sinfonía No. 1 de Elgar, la música que se apropió la realeza

Sinfonía No. 1 de Elgar, la música que se apropió la realeza

“Mi idea es que hay música en el aire, música alrededor de nosotros, el mundo está lleno de ella y solamente tomas la que requieres”
Edward Elgar

La muerte de un monarca, durante siglos, ha sido vista como el inicio de tiempos adversos. Pero hay una música que habla de cómo esa oscuridad e incertidumbre se desvanece para dar lugar a una nueva época más promisoria. Durante el sepelio real de la Reina Isabel II de Inglaterra ha podido escucharse en las transmisiones de la BBC fragmentos de la Sinfonía No. 1 de Elgar.

“Es la música de la realeza”, se ha escuchado decir a críticos y comentaristas durante mucho tiempo. Cuando se escucha, se puede imaginar un ente majestuoso entrando por la puerta y al final, en el último movimiento, parece que se está consumando la idealización del imperio británico. Sí, de la pérfida Albión. Pero el imperio en el que el sol no se puso, no inspiró esta música.

La musa llegó por completo a Elgar cuando tenía 51 años de edad y en ese momento, cuando concretó su primera sinfonía, ya tenía sobre su espalda ser el primer compositor de música de cámara británico que en realidad gozaba de prestigio en el extranjero. Y La Novena de Beethoven pesaba mucho en su entendimiento, y su intención era incorporar los hallazgos histriónicos de las óperas de Wagner, en la estructura de una sinfonía que planeó por años, que es tan personal como lo es ahora extensiva al genio humano.

Acusado por muchos puristas de la música de cámara de no tener las herramientas y conocimientos para componer piezas de largo desarrollo y no contar con la imaginación necesaria para sostenerlas, la Sinfonía No. 1 A-Flat major, Op. 55 de Edward Elgar, se ha encargado de refutar a lo largo del tiempo cada una de las críticas que suscitó tras su estreno, el 3 de diciembre de 1908. El compositor jamás le dio un sentido a nada.

De su sinfonía, Elgar sólo llegó a decir: “No hay mayor intención (en ella) que (expresar) la honda experiencia de la vida humana, (ligada) a una gran caridad (amor) y una masiva esperanza en el futuro”.

Es como la pasión y la música popular británica antes de The Beatles. Sus cuatro largos movimientos son un complejo viaje en que los motifs se extienden, como satélites girando sobre su órbita, que van a terminar regresando al mismo lugar, haciendo válido aquel dicho de que no importa el destino, sino el viaje y lo que experimentamos en el trayecto. Para algunos, es la más grande sinfonía de la era moderna.

Luego de ese intro magnífico con los redobles de timbales, que con el paso del tiempo la monarquía británica se ha apropiado, cuando el último sonido del chelo finaliza, se da paso al verdadero viaje, entregándonos aquello de lo que supuestamente carecía su trabajo: una idea primaria desarrollada a lo largo de 50 minutos.

La partitura de la Sinfonía No.1. 
La partitura de la Sinfonía No.1.

El llamado ideal

Lo que sigue asombrando de su construcción es la forma ingeniosa con la que los temas iniciales y los instrumentos permanecen en el radar. Aunque parecen ir en distintas direcciones, siempre terminan regresando al caudal principal, como si el drama que narra la música no desatendiera que la historia principal es una y hay que llegar al final a ella, a como dé lugar.

Motif que, en su correspondencia con un amigo, Elgar describió como un llamado “simple, sin intención, noble, una suerte de llamado ideal (en el sentido de persuasión, no en el de coerción o de mando) y algo que se alza sobre las sórdidas cosas de todos los días”.

Si Prokofiev fue el basamento para la mayoría de la música de películas infantiles de Disney, la Sinfonía No. 1 de Elgar puede bien ser el de los compositores de soundtracks de filmes, pues las cuatro piezas aportan una sensibilidad distinta cada una y atraviesan estados de ánimo que se contraponen y luego se intercalan.

Es el comienzo majestuoso que tanto agradó a la monarquía, que en verdad parece gritar: ¡Viva Britania! y era habitual escucharlo en los jubileos de la reina, porque ese sentir es tan británico que de inmediato relacionaron la grandeza del alma que buscaba Elgar, con la opulencia ridícula de la vida de nobles decadentes.

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Y luego esa idea de majestuosidad regresa de su increíble viaje para un grand finale, que es exacto, definitivo. Como si toda la obra fuera un enorme rodeo sólo para arribar a lo anunciado en el principio: no una idea de tronos y escudos de armas y liturgias incomprensibles, sino la realización de lo humano, de la perseverancia. Elgar había compuesto para la realeza de su país las marchas de Pompa y Circunstancia, estrenadas cuatro años antes de su magnum opus.

De hecho, es parte de lo vanguardista que resultó la Sinfonía No. 1 en su tiempo, que en realidad ese primer movimiento, el Andante, no termina y se une con un gran recurso musical dramático al Nobilmente e semplice, para constituir el arreglo más largo de la obra.

Luego el segundo movimiento es un Allegro, donde se alcanza el mayor dramatismo con los instrumentos entregando una vigorosa violencia; una fuerza que, sin embargo, retrocede para dejar escuchar las flautas y el resto de los instrumentos en un mutismo temporal. Nuevamente el teatro que los ingleses parecen tener tatuado en el alma. Y es la oscuridad que precede al alba, como se dice, la venida de tiempos mejores ante cualquier adversidad.

El Allegro cede y comienza esa oda a la quietud antes de la tempestad.

Es el Adagio, movimiento III en la Sinfonía No. 1 de Elgar el que alcanza esas cotas de beatitud, alejado del estruendo épico-imperial del Andante y de la agresividad controlada del Allegro y la belleza climática del Lento-Allegro, que cierra la sinfonía.

El Adagio es un lago plácido en medio de la tempestad, en donde violines, violas y chelos conviven en armonía con las flautas y oboes, entablan un diálogo que Elgar va aproximando cada vez más al motif inicial, que jamás olvida, aunque sigue dando esas gozosas y lentas escapadas en círculo que hacen de esta pieza una influencia en la música romántica compuesta décadas después, aptas para un vals por su vaivén y belleza.

Y es que esa parece ser la clave para aproximarse a la idea musical de Elgar. El Adagio utiliza la lentitud para reconfortarnos, un último resquicio de paz, de increíble calma mental y espiritual antes del cuarto movimiento de la sinfonía, donde todos los estadios de la obra confluirán en un solo punto y la Sinfonía No. 1 se extinguirá en un clímax lleno de estallidos, con el arribo de la grandeza que sólo se había escondido en una lucha infatigable expresada por la música y que ahora aparece por fin realizada.

La Sinfonía No. 1 de Elgar, así, es una obra para alabar la resiliencia del espíritu humano ante la adversidad, y no a una casta decrépita de nobles insulsos, símbolo y recuerdo vivo de uno de los tantos porqués de la decadencia de Europa.

Portada de la versión que te recomendamos escuchar de la Sinfonía No.1., a cargo de Colin Davis. 
Portada de la versión que te recomendamos escuchar de la Sinfonía No.1., a cargo de Colin Davis.

Disfruta aquí la Sinfonía No. 1 de Elgar con la conducción de Colin Davis y la Orquesta Filarmónica de Londres:

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.