Michael Nyman y los “agujeros” para Greenaway

Michael Nyman y los “agujeros” para Greenaway

Un 13 de octubre de 1989 se estrenó en Gran Bretaña The Cook, The Thief, His Wife and Her Lover, (El cocinero, el ladrón, su esposo y su amante, 1989), una película que fue durante décadas el lugar común cuando alguien quería impresionarte de que veía “cine de arte”.

Aún en la actualidad, la sensación de estar ante algo prohibido, permanece luego de ver la película (este viernes hablaremos a fondo sobre ella), pero hoy toca hablar de su música, la cual es un monolito igual de impresionante. A la distancia, imagino que Peter Greenaway sólo quería una pieza que cubriera en un solo plano secuencia el momento cúspide de la cinta con la que pretendía tomar por asalto el mainstream.

Una pieza en que se vieran de bien a bien todas las obsesiones del británico, con la numerología, la repetición, la asimetría, la historia del arte, la podredumbre, la vida, los mutilados, la decadencia y la muerte. Y a la distancia, Memorial, de Michael Nyman (Stafford, Inglaterra, 1944), entrega en forma musical y con creces cada una de las características del cine de Greenaway.

Su relación creativa comenzó con The Draughtman’s Contract (1982) y terminó abruptamente tras la adaptación de La Tempestad, de William Shakespeare, Prospero’s Books (1991), en un estadio en que Nyman se refería ya públicamente a Greenaway como una suerte de prospero arrogante y autocrático.

“Una muestra de lo necesario que es tener empatía para lograr un balance mental”, le decía, no sin cierto tono de ira, ya en 2002 a Peter Conrad en una recordada entrevista para el diario británico The Guardian.

Pero a finales de los ochenta aún era una luna de miel creativa para estos dos, y fue entonces que Nyman ilustró en su marcha fúnebre y decadente de 12 minutos, las paráfrasis que a Greenaway le quitan el sueño aún hoy día; todavía era un Peter que cabía por la puerta, antes de volverse tan espeso como para ya no entenderse ni él mismo.

Greenaway, el pedantísimo auteur que prescinde de la historia y el argumento, aún quería obsequiarnos una en estos tiempos y quería regalarnos un final que suscitara polémica y en ese conejo bajo la chistera con que Georgina (Helen Mirren) consuma su venganza sobre Albert (un soberbio Michael Gambon) se escucha el tema musical que nos ocupa.

Es tan viable pensar que sin la música que Nyman creó para la escena cumbre en The Cook…, quizá la leyenda de Greenaway como el provocateur de la época no se hubiera consumado. Y si al mismo tiempo en la industria fílmica hay películas que se caen si la música incidental falla, revelando la carencia histriónica de los actores, la maestría de Greenaway consiste en (una muy rara en él) humildad creativa, que comprendió que la monstruosa secuencia de Memorial necesitaba incluir la música en toda su extensión.

Hellen Mirren y Michael Gambon, los protagonistas de la larga secuencia de la que Memorial es la música de fondo
Hellen Mirren y Michael Gambon, los protagonistas de la larga secuencia de la que Memorial es la música de fondo

Con audacia, esta música precede a una revelación venidera y en el tempo y repetición sabemos que no es grata. Comienza con Nyman tocando el piano, con una tensión creciente, parece que daña a sus dedos al presionar las teclas con tanta contundencia, marcando el ritmo para su banda, la Michael Nyman Band.

Los violines atemperan un amasijo de virulencias que llegan a cierto punto antes de retraerse y contenerse, sin desbordarse, como si los mismos violines –que van pintando el cuadro– sirvieran para abovedar las emociones; pero el encanto tras la repetición es que es obvio que tal freno es temporal, cada ciclo va trayendo cada vez más tensión.

Mientras, los instrumentos de viento parecen atorarse en la puerta, listos para irrumpir, pero son rechazados en cada intentona; cada vuelta al principio con más inquina y rabia. No es difícil imaginarse en ese maremágnum la tensión interna de Georgina, como si esos sentimientos sin rienda fueran contenidos en el ciclo mismo de Memorial; son contenidos, sí, pero van dejando una cicatriz en cada repetición ominosa, cada vez más difícil de sublimar, cada vez más salvaje.

Con un puente transición de violines tocados en una escala baja para enlazar una nueva repetición, y después las trompetas ominosas, hasta que apunto de la siguiente repetición, sobreviene el estallido de la voz de la soprano Sarah Leonard, un grito de pavor que coincide con la sangría y depravación que vemos en pantalla.

Escucha aquí la monstruosa Memorial de Michael Nyman:

Nyman, el soberbio ladrón

“No soy un gran inventor. Lo que hago es usar, robar, adquirir, reproducir o reciclar música de otros músicos”, decía en tono demasiado creíble Nyman a The Guardian en 2002, un proceso que no ha cambiado nada en 2022.

Estudioso de la historia de la música, es muy difícil ganarle en erudición a Nyman, reconocido como uno de los más grandes compositores británicos en la actualidad, autor no sólo de bandas sonoras como The Piano (1993) y Gattaca (1997), además de las cinco colaboraciones con Greenaway, sino que ha adaptado óperas al idioma inglés, como The Man Who Mistook His Wife for a Hat (El hombre que confundió a su esposa con un sombrero, 1987) y Noises, Sounds & Sweet Airs, (1995), esta última basada en La Tempestad de Shakespeare, entre otros numerosos trabajos.

Y tal idea de la apropiación es muy notable en Memorial, que según Nyman es una marcha fúnebre en que repite el concepto de una de las colaboraciones con Greenaway, la influyente Drowning by Numbers (1988).

No sólo es una apropiación de ese instante de su propia obra, sino que se repite en sofisticado ciclo minimalista, una parte del preludio de la ópera King Arthur (1691), compuesta por Henry Purcell; sólo que violines y violonchelos son tocados en uptempo, para dar más énfasis a las notas. Tal fragmento pertenece a What power art thou?, alías la canción fría, en la famosa ópera y Nyman retiene las cuerdas iniciales para marcar la grama de Memorial y aprisionar todo el ciclo.

La misma entrevista con Conrad otorga luces sobre las intenciones creativas de Nyman en Memorial, y quizás en su amplia obra musical:

“Para mí, las emociones comienzan a escapar de su confinamiento, como si se escurrieran por los agujeros de una bolsa de té. Meticulosamente yo creo los agujeros, para que sean eso, para que ese sentimiento pueda escapar”, una operación mental que ocurre al pie de la letra en el “final” (¿se puede hablar de un final o es un corte para evitar la repetición infinita?), de Memorial.

Ese estallido final comandado por la soprano Sarah Leonard, luego se convierte en auténtica tortura, en parte para sostener el caos de la revelación final en The Cook…, y en parte para sugerir de una forma histriónica que el tema no tardaría en volver al ciclo implacable, como una sugerencia de estar atrapados en la cavernosa belleza del tema, en su opresiva imposición, que a unos segundos del corte definitivo, parece que acaba de volver a empezar.

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Nyman compuso el tema en honor de las víctimas de la famosa tragedia del estadio Heysel, en que 39 aficionados del equipo de fútbol soccer Juventus perdieron la vida. Algo raro, luego de que esta pieza estará por siempre atada al arte de uno de los cineastas más controvertidos.

A la distancia, podemos apreciar que el rudo director británico no se equivocó al colocar Memorial de Nyman en su filme como algo más que música incidental, pues sirvió a la perfección para dar énfasis a uno de los momentos más demenciales y épicos de su filmografía y es uno de los temas más icónicos de la música de Nyman.

Nyman, un supremo embaucador
Nyman, un supremo embaucador

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.