Es paradójico, pero es más probable que usted esté sentado en un mercado popular comiendo un fin de semana y de repente aparezcan tocando estos dos graciosos y locuaces músicos, a que ellos saquen un disco. No digamos ya un LP, si no al menos otro EP, ¡algo, ya!
Pero puede esperar sentado y pedir otro caldo loco, es más probable que el infierno se congele antes de que se edite un LP de ellos, y eso es una verdadera lástima. Lo anterior, es (¿era?) la manifestación de su genio, de su encanto y propuesta, pero también del principal inconveniente a la música y expresión del desconcertante dúo de Guadalajara, Dr. Sotol.
“Actualmente Dr. Sotol trabaja en su primer disco y se encuentra en búsqueda de una tercera integrante”, información de su Soundcloud (soundcloud.com/dr-sotol), cuya última actualización fue hace… (respire hondo) 8 años.
Y luego estaba este bonito concepto: “Sucede que nuestra música se asemeja a un día de tianguis o de mercado, como los que se viven en la Ciudad de México, en que los colores, temas, e intereses van cambiando de pasillo en pasillo y ofrecen un abanico casi inagotable de posibilidades, pero que se funden en un mismo fin”, explicaban en 2014 al periodista poblano Ricardo Volta, del portal elpopular.mx.
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Capaces de interrumpir un huapango de Moncayo tocado con sensibilidad rockera, con algo que Jorge aprendió del hip hop o escuchó de Sid Vicious o Pink Floyd, aderezado con su casi instintiva asimilación del son, nociones de música tradicional sintoísta (no bromeo), y una inocencia indigenista, que los equipara un poco al sentir musical de Rubén Albarrán, de Café Tacuba.
Todo ese combo para dejar fluir la fusión como la experiencia improvisacional del jazz, y por ello mismo, muchas veces, sólo ensayos y divertimentos en donde no importa la técnica o propuesta, sino la actitud y el disfrute del momento. Su encanto y perdición al mismo tiempo.
Estar en la música como analgésico en un país en que esa clase de ideas musicales, que ocasionalmente nos demostraban que tenían, es necesaria para ayudar a los escuchas a adquirir cierto tipo de pertenencia -cierto tipo de rebelión, aunque sea silente; es algo que me intriga y desespera mucho del colectivo Dr. Sotol. La banda parte de los multiinstrumentistas Gabriel de Dios y Jorge Medina, que se conocieron en la Escuela Superior de Música y que hacen (¿hacían?) de la fusión y las jams sessions su pan y vino.
Sin trascender el nivel anecdótico, intriga que toda la manifestación tan sociológicamente poderosa, como la de interpretar en una calle, en un mercado o en el Metro; todo ese manifiesto en contra de lo tradicional, fuera utilizado como una suerte de copal, para lavar y purificar el alma de los escuchas, sin inocular; sin siquiera pretender (pretender ya es algo demasiado arrogante que ellos desterraron de su vocabulario desde el principio) que sea otra cosa que un escape, un viaje interior en el que es mejor soportar, curarse para ignorar, que ayudar con su poesía a liberar. Me quiero volver chango…
Es una lástima que su misma idea de la vida como flotar en el éter, no se traslada a decir más, algo necesario en el artista. Quedan muchas ganas de escuchar sus ideas musicales en 2022 y muy probablemente nos quedemos con las ganas, con la banda en un sabático eterno, aunque con su página oficial de Facebook aún viva.
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Es estar en la labor de administrar estoicismo, cuando siempre he creído, en lo personal, que artistas de cierto talento y alcances deberían hacer justo lo contrario: no obsequiar rutas de fuga, si no sembrar las semillas de potentes cambios ideológicos en sus escuchas.
Pero a esos dos fascinantes sujetos no les interesa lo que yo pueda decir. Porque por más que quiera que hubiera allá afuera una obra copiosa que analizar, con grandes aciertos e inevitables errores de estilo, todo lo que tenemos de ellos a la fecha es un irregular EP, La Sed (Nuestra América Estudios, 2013), ¡de hace casi diez años! y un puñado de videos de Youtube.
Es esa desatención a los conductos tradicionales de la música la que me hace arrancarme los cabellos con Dr. Sotol, porque a mí no me importaría que fueran el dúo más escuchado de Spotify o Apple, que les llevaran carretadas de dólares en cada lanzamiento, si tan sólo hicieran muy seguido lo que intentaban en ese EP suyo.
Porque en músicos capaces, siempre es interesante palpar evolución, su devenir, su dedicación para mejorar. Pero en lugar de ello, tal “irreverencia” también se puede confundir fácilmente como falta de dedicación a su obra, y que otros piensen que su propuesta es eso: el no comprometerse, lo nebuloso y azaroso, “el bajar al músico del escenario”, decían. Pero algo es claro: sin entrega, trabajo y ensayos, pues no hay músico. Falta de compromiso es eso, para bien y para mal.
Así, la banda queda como condenada a un culto muy especial, pero yo amaría ver si a estas alturas Gabriel, presionado porque quiere otro peine de oro o porque tiene que pagar la cirugía de una tercera esposa, ya cantaría distinto o mejor; si Jorge ya tendría algo más de fuelle en la batería, si ya se lo tomaría en serio, porque esas son cosas que fascinan de los músicos y de las bandas.
Pero no, tenemos un ardite, porque quizá no les interesa y, aunque no lo han hecho oficial, probablemente el proyecto ya naufragó. Por lo tanto, pediré otro caldo de camarón a ver si en eso aparecen y tocan con esa desfachatez admirable, para hacernos más leve el día.
La sed… por más Dr. Sotol
1.-Procesión
Rock progresivo y viaje devocional como peregrinaje en la espina dorsal, en manda a la Basílica de Guadalupe. Parece viaje psicotrópico ambiental hasta que irrumpe la voz de Gabriel de Dios, “ya vamos caminando”, fraseo sencillo que se corresponde con la temática del corte, exalta la humildad de los marchantes, su devoción, estoicismo, y fascinación por lo cotidiano. Inspiradora.
2.-Niña
Romance preadolescente, poetización excesiva de la inocencia que tanto abomino en las bandas indies gringas, pero acá con un toque infantilizador onda Café Tacuba (¿alguien dijo Chica Banda?), pero un sabroso blues atmosférico para conducir todo y un encomiable solo de guitarra eléctrica. Un deleite.
3.-Xap Enis
Divertimento y desfachatez, idea ska, con algunas nociones que a Primus o Mr. Bungle no le desagradarían en absoluto. Comienzo muy jazz de avanzada, con shoryuken de Ryu de Street Fighter, incluido. Una sonrisa leve, no más.
4.-La Sed
Candor con la guitarra en automático, ritmo tradicional. Alguien va a comprar un agua al Oxxo, esa es toda la temática de la canción. Exaltación del hecho cotidiano, nada más. ¿Tienen compromiso para llevar su música más allá de la anécdota que hace sonreír tres segundos? La improvisación del momento los hace espontáneos, pero las ideas no llegan a trascender el mero comentario casual. Bien, supongo…
5.-El Alba
“Ya se ve luz en el cielo”, una improvisación experimental con la voz de Gabriel de Dios recitando con la monofonía zen de la música tradicional japonesa y los efectos ambientales soportados por el clarinete, ilustrando (¿otro viaje de peyote, hongos, juanita?), una huida al interior: espiritualidad y la voz femenina de Leticia Servín aterrizando de forma más amena la fascinante dualidad del ensamble.
Una meditación que se desvanece y lleva a…
El gran momento
6.-La Mareadita
Instrumental que comienza con otro desliz atmosférico zen, que lleva al violín, tocado con gran emoción por Jorge, con ideas interesantes de otro viaje iniciático que una producción más depurada hubiera ayudado a aterrizar: el acordeón sugiriéndose en el fondo, como dentro de un portal de sonidos enlatados, provenientes de otra época, de otro plano dimensional.
Cápsula del tiempo, acompañando con su sonido la incorporación de otros instrumentos, la pieza finaliza con el sonido de un burro. Viaje magnífico… pero inconcluso.