La vida sin David Bowie

La vida sin David Bowie

Recuerdo que el 10 de enero de 2016 me enteré de la muerte de David Bowie (1947-2016) gracias a los mensajes de familiares y amigos que me deban el pésame como si un pariente hubiera fallecido. Y así me pegó durante días. Era como si el hombre, el artista en que sustentaba mi propia cosmovisión, se hubiera ido para siempre. Es como perder el centro.

Tres años antes había partido mi padre y no exagero cuando digo que lo de Bowie me impactó en similar forma. Es como si un tutor irreverente y genial hubiera desaparecido. Sólo recuerdo que antes de conocer su música y su arte, mi mayor aspiración en la vida era aprender a reparar electrodomésticos; luego de conocer la obra bowiana, era desentrañar los misterios de la vida, de la música, del universo. Cambió todo.

De pronto, mientras escuchaba y leía las noticias sobre su muerte, sin poder creerlo todavía, las imágenes de su último álbum, Blackstar (ISO, 2016), aparecido dos días antes, el 8 de enero, día de su cumpleaños 69, me golpeaban, como cuando a mis 15 años decidí conocer cronológicamente toda su obra.

Verán, soy un chico del 1.Outside (1995), llegué a la obra de Bowie cuando para muchos los años dorados ya más que habían pasado. Cuando mi hermano me mostró el arte de ese disco, en verdad fue un instante de epifanía. Ahora sé que esas imágenes apocalípticas eran la forma de actualizarse de un entonces Bowie cincuentón, por medio del trabajo de performanceros famosos de la época y de Demian Hirst, pero en ese momento era una revelación, simplemente representaba un misterio fascinante.

Y de pronto tomó forma la aparición de ese último Bowie, con los ojos vendados y dos monedas en los ojos (como si fueran su pago para Caronte, el barquero del inframundo), y de que ese video es un auténtico ritual de muerte, porque Bowie prepara al escucha para su ausencia, diciendo que llegarán muchos diciendo que son como él: “una estrella negra”.

El video de Blackstar y la explicación de una realidad sin David Bowie:

 

De pronto, esa portada que pensé simplista y atípica, donde por primera vez en toda su carrera no aparecía él o una versión de él, me hizo un sentido tremendo: nos vedaba de ver el maltrecho semblante de un hombre afectado por el cáncer, de darnos pistas sobre su salud. Y la estrella era negra, debido a que así quedaban sus órganos, sin importar las dolorosas sesiones de diálisis.

Portada de Blackstar (ISO, 2016). 
Portada de Blackstar (ISO, 2016).

Era como si hubiera ocultado a simple vista todas esas significaciones. Nadie las había advertido y de pronto su muerte en el plano real era el acto teatral que por fin le daba sentido al todo. Como digo, el largo ritual de ingreso al éter del universo que tan bien entiende Brett Morgen en el inicio de su alucinante documental Moonage Daydream (2022), está contenido en la larga y poderosa canción de 10 minutos y el video dirigido por Johan Renck, para el tema Blackstar.

Contenido relacionado: Moonage Daydream, un viaje lisérgico por el mito de David Bowie

Ahora entendía esa respiración tan dramática antes del inicio de Tis a Pity She Was a Whore, y esa alusión a Lázaro, el personaje que se levantó de la tumba, en Lazarus. Bowie había preparado meticulosamente su salida de esta vida, haciendo que los músicos de su obra en turno firmaran un acuerdo de no divulgación de nada concerniente al disco, ni a él, dándole un significado artístico y enigmático a su muerte.

A él, que hizo de la dinámica de la muerte el ritual de toda su vida. Pero era la muerte teatral, que siempre anunciaba el nacimiento de alguien nuevo (que en realidad no era nadie nuevo, era él, pero enfundado en otra piel y en otros sonidos), cuyo destino sería conocer el cuchillo de dos filos (Bowie knife) de David Robert Jones, el histrión supremo detrás de todo este magnífico teatro. Él mismo representó esa dinámica en que el “nuevo Bowie” da las exequias al “viejo Bowie”, en la portada de Hours… (1999).

La portada de Hours… (1999) muestra el funcionamiento de la estructura mítica en que se basa todo el universo artístico de David Bowie. 
La portada de Hours… (1999) muestra el funcionamiento de la estructura mítica en que se basa todo el universo artístico de David Bowie.

El álbum del adiós

En 2016 se había despedido de todos con un álbum que lo emparentaba con la vanguardia, a nivel de sus obras maestras de los setenta en los que se convirtió en una auténtica mitología. No era como en 2013, cuando regresó tras una década surcada de ataques al corazón y la llegada de su hija Alexandria. En ese disco, The Next Day, Bowie repasaba su pasado embelesado por su propia obra y en todas partes el bastante buen disco no parece más que un autohomenaje, anhelado a ese punto, sí, pero ajeno a ese respeto a mirar al futuro que siempre lo caracterizó. Cuando no lo hacía, cuando olvidaba los “bajos fondos” del arte, muchos sentíamos que nos ponía el dedo en la boca, que podía hacer algo mejor, que algo no estaba bien.

Pero con Blackstar resucitó la forma de hacer álbumes en los setenta, consiguiéndose a un músico fetiche que bien transfiriera su obsesión del momento, como una vez lo hizo Mick Ronson, Mike Garson, Luther Vandross, Roy Bittan, Robert Fripp, Adrian Belew, Carlos Alomar, Earl Slick, Steve Ray Vaughan y ya en la etapa noventera el excelso Revees Gabrels. En esta ocasión fue el músico de jazz, Donny McCaslin, cuyo germen puebla todo Blackstar con saxofones y le da unos énfasis sólo alcanzados por los trabajos más vanguardistas del Delgado Duque Blanco.

El saxofonista neoyorkino Donny McCaslin, el último gran conductor musical de la propuesta de David Bowie. 
El saxofonista neoyorkino Donny McCaslin, el último gran conductor musical de la propuesta de David Bowie.

Hacia el final, Blackstar es una carta de adiós, para los fans y para la humanidad. En Girl Loves Me nos canta en el lenguaje barriobajero que inventó el escritor Anthony Burgess, el nadsat, código de su juventud, y testimonio final de su obsesión con ella, aceptando que su plan de inmortalidad, de eterna juventud, estaba a punto de ser abortado.

En Dollar Days nos dice que lo está intentando, que vive con dolor tiempo extra sólo para finalizar este último disco del adiós, que la obra estaría incompleta sin un drama final, un acto teatral que anunciara la caída del telón. Mientras que I Can’t Give Everything Away parece hablarnos ya enfrascado en la eternidad, desde el lugar a donde mandó a todos esos personajes del pasado que vivieron a sus anchas en su piel.

También lee: La canción con la que Bowie dijo adiós

Es el último disco, es el último track, la entrega de la vida del drama, el principal enigma que siempre caracterizó su arte, el nacimiento de la tragedia. Gracias a este hombre, muchos concebimos que la vida es sueño, que el arte sí puede transformar la realidad y que, en algún lugar, un joven está conociendo su visión del mundo y eso asegura que el ritual de David Bowie continuará por mucho tiempo.

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.