Durante años, quienes ahora gobiernan, esparcieron la insidia de que la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa era una operación de Estado en la que participaron funcionarios de todas las áreas de seguridad y militares de alto relieve. No fue así, pero los padres de los estudiantes quieren que se cumpla con la historia que se sembró.
Lo que hay, a nueve años de la noche de Iguala, es la certeza de que los jóvenes normalistas fueron detenido por policías municipales y entregados al grupo criminal de los Guerreros Unidos, quienes los mataron y esfumaron los cadáveres.
Lo que en términos llanos separa a la verdad histórica de las indagatorias actuales es la hipótesis sobre el destino final de los cuerpos. Jesús Murillo Karam reveló, en su momento, que los incineraron en el basurero de Cocula, y ahora se insiste en que no hay pruebas firmes de ello.
Los padres de los estudiantes creen que existen documentos de inteligencia militar que darían pistas sólidas sobre el paradero de sus hijos.
Hay una ficha que registra una conversación en la que se habla del destino que tendrían 17 de los estudiantes de Ayotzinapa. Es una hoja tamaño carta. Los padres quieren el resto de lo captado, pero en el Ejército señalan que esa información es de fuentes abiertas y que ellos no la obtuvieron.
Lo que sí hay, en cambio, son averiguaciones sobre la trayectoria criminal de El Gil y de sus actividades esa noche en Iguala, las que se desprenden los datos proporcionados por la DEA.
Esto último es relevante, porque la agencia antidrogas, por medio de intervención de comunicaciones, tuvo a su disposición las instrucciones que los hermanos Salgado Casarrubias le dieron a El Gil para acusar falsamente a diversos servidores públicos de los sucesos y de sus derivaciones criminales.
Además, están los testimonios de Bernabé y Cruz Sotelo, obtenidos en presencia de abogados y visitadores de la CNDH, donde implican a El Gil en los hechos.
Nueve años de Ayotzinapa, una investigación que no avanza, porque el nudo central de lo ocurrido no embona con las teorías de la conspiración.
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El presidente López Obrador terminará peleado con los padres de los normalistas. Es solo cuestión de tiempo. No hay carretera que los lleve a un punto de intersección. Ya son caminos separados y solo se está ganando tiempo, pero la furia estallará tarde o temprano.