Janelle Monáe y el discreto encanto del anacronismo / 1 de 2

Janelle Monáe y el discreto encanto del anacronismo

A Janelle Monáe, en un ya largo sabático retiro de la música, tardó en sonreírle la fortuna como actriz. En la actualidad, disfruta de las mieles de la fama tras su aparición en la segunda parte de la nueva franquicia, Knives Out, Glass Onion (Glass Onion. Un misterio de Knives Out, 2022), con Daniel Craig. Momento en que en realidad llegó la hora de la paga para esta talentosa egresada de la escuela de Arte Dramático y Musical de Nueva York.

La artista, hoy de 37 años, se ha dedicado de lleno a una promisoria carrera como actriz, con recordadas actuaciones como Teresa en Moonlight (Luz de luna, 2016); Mary en Hidden Figures (Talentos Ocultos, 2016) y con menor éxito como Verónica en Antebellum (Elegida), hasta llegar al papel que más ha gustado en las audiencias, como Andi Brand en Glass Onion. Es obvio que ser un estandarte de los freaks, lesbiana, negra y chaparrita, no le ha abierto ninguna puerta ante el público mainstream, es “demasiado rarita”.

Janelle, sin embargo, se ha labrado un destacado camino en la música, uno que lamentablemente no satisface al completo sus necesidades histriónicas y quizá la de tener algo de dinero extra en la billetera y reconocimiento. Y en mayo se cumplen 13 años de la llegada del álbum debut de Janelle Monáe, que demuestra que el oficio musical más entrañable sigue siendo la pretenciosa y desbordante imaginación.

Su cuento funky-sci-fi encuentra el pretexto perfecto para digerir géneros y eras musicales en cortos tracks en donde su locuacidad y eclecticismo se unen, a veces, es cierto, por medio de puentes sonoros que parecen incongruentes y que dejan al escucha exactamente con una expresión de incredulidad, sin saber con qué otra cosa saldrá Monáe en el siguiente track.

Portada de The ArchAndroid (Bad Boy, 2010).
Portada de The ArchAndroid (Bad Boy, 2010).

Esa sensación de asombro es lo que hace a The ArchAndroid (2010), de Janelle Monáe, el primer álbum de esta cantaautora negra nacida en Kansas City, Estados Unidos en 1985, un referente en la actualidad, tal como lo que significó para ella en su adolescencia, el brillante The Misseducation de Lauryn Hill (1998), de la exFugees, Lauryn Hill (que merece un texto aparte).

Es quizá por su entendimiento amoral del ritmo, con valentía de la chica, entonces de 24 años, era capaz de aceptar el reto de reverberar el papel de una diva futurista interpretando papeles que el imaginario cultural no le concede a cualquiera. Su propio alter ego Cindi Mayweather, un androide que trata de unir a todas las razas a través de su magnética personalidad, es un ejemplo perfecto de la mística de este afortunado experimento sonoro.

Pero Monáe en realidad no cobra crédito por su extraña historia y su mérito es que jamás llega a tomarse tan en serio ese texto, deja respirar a la música y su entendimiento de esta, de hecho, sólo utiliza esa imaginería de Metropolis (1927) como un hilo conductor.

La arrogancia de su complicado subtexto jamás toma un cariz que perjudique la música, su valor está en la inteligencia de la fusión, en cómo da forma y se metamorfosea en sus extravagantes incursiones de cuatro y medio minutos por ritmos y místicas completas, implementando el proceso del art rock en la música negra, algo que se nota en The ArchAndroid es su deuda con las grandes operetas del rock y con Prince.

Desde ese mágico puente que enlaza Dance Or Die con Faster, en donde su actitud parecería la de una actriz que, tras terminar un número, corre al camerino a cambiarse para salir con un disfraz totalmente distinto, con una voz totalmente adaptada al nuevo cambio, y con deseo de actuar y hacernos creer el nuevo papel que toma, bailando en el estilo de musical de Broadway.

Pero demasiado complejo para simplemente etiquetarlo como eso: y con ese frenético dispendio de cualidades endilgarnos un cúmulo de géneros que en verdad sería imposible describir en tan poco espacio, de paso dándole un énfasis al concepto no musical del álbum.

La portada de Metropolis (2007), primer EP de Janelle.
La portada de Metropolis (2007), primer EP de Janelle.

Mejor dejar al lector que caiga rendido por el épico funk-rock de Cold War, o el mid tempo hip hop glam (¿o qué rayos es?) con percusiones sacadas de una película de los años veinte de Tighrope (con Big Boi, uno de los cerebros de esa otra fantástica máquina, Outkast, sirviendo de marco a las indescriptibles vocalizaciones de Monáe. Con letras la mayoría de las veces hablando de cómo nada debe quitarte los sueños a pesar de la dureza de la realidad y del mundo distópico).

O la ensoñación sesentera de Sir Greendown, con la dulce voz de Monáe guiándonos como un faro al final de esa linda transición de tres minutos.

Es afrofuturista, como Fritz Lang no hubiera imaginado a su María: negra (no es ocioso que el primer EP de Monáe, de 2007, se llame Metropolis), como un extraño sombrero de frutas; como una extraña deidad africana dispuesta a desquiciarnos y a rendirnos ante su divina rareza, una figura libertaria, queer, negra y rara a morir.

Escucha aquí la genial Dance or Die de Janelle Monáe:

Y continúa el camino musical de Janelle Monáe la próxima semana, sólo en Trasfondo.

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.