Billy Corgan y lo difícil que es decir adiós

Billy Corgan, Smashing Pumpkins,

“Déjame ir rock and roll/ déjame ir, para salvar mi alma”
Billy Corgan / Heavy Metal Machine

¿Y si Billy hubiera cumplido y hubiera separado a los Smashing Pumpkins después de ese cierre magnífico que fue Machina / The Machines of God (2000)? Quizá Billito ya estuviera plantando hortalizas o haciendo de doble del Tío Lucas, pero hubiera hecho una carrera redonda, con tres o cuatro buenos -buenísimos- álbumes y luego al beatífico retiro o a una carrera de solista, introspectiva, pero dejando a Smashing con un brillante historial.

Hubieran legado a la posteridad el Siamese Dream, 1993 (no, aquí en Trasfondo no consideramos Gish, 1991, como una obra imperdible); ese monumento a la pretensión, (en el mejor de los sentidos) que es el álbum doble Mellon Collie and the Infinite Sadness, 1997; el atemporal y oscuro Adore, 1998, que hoy a la distancia podemos contemplar sí fue un giro de 180 grados a lo que hacía la banda, y Machina.., una brillante y deliberada carta de adiós… antes de que Corgan se arrepintiera.

Carrera redonda y después a plantar hortalizas, con la convicción de haber dejado algo imperecedero tras de sí. Pero, ah no, Bill… Billy… Bill y la pretensión de que no puede ser otra cosa que una estrella de rock engordando en las regalías, que todos deben intentar ser como los Rolling Stones, o que pueden igualar a The Cure y a tantos otros que pasan décadas y siguen juntos, con una creatividad sólida.

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Es por eso que cuando en 2001 Billy sacó su súper grupo, Zwan, tras la desbandada de Smashing, la mayoría nos alegramos de que Corgan quisiera alejarse de lo mismo, hasta que escuchamos la grandilocuencia y epicidad de Jesus I / Mary Star of the Sea, y su kilométrica duración y nos dimos cuenta que no importaba lo que hiciera, él era, es y será Smashing Pumpkins y a cualquier lado que quisiera huir, crearía siempre lo mismo.

Es una idea musical que simplemente no puede dejar atrás, no importando que tuviera a Paz Lenchantin (A Perfect Circle) en el bajo y David Pajo (Slint) y Matt Sweeney (Chavez) en las guitarras; al final, siempre era Billy y esa aura de niño genio junkie, emo, con complejo de Peter Pan.

Billy Corgan, Smashing pumpkins, 2

Y parece mentira, pero aquí estamos 22 años después de esa despedida y Billy es igual en la diferencia. Parece contradictorio, esas décadas le han servido para madurar como músico, ha escrito un montón de música para soundtracks de películas, un puñado de álbumes de solista y múltiples veces ha traído del inframundo a los Pumpkins con resultados muy variados, tras de cinco álbumes con distintas alineaciones. Siempre vuelve a la mina de oro que es Smashing, los cuales siguen sacando álbumes.

¿Era su objetivo convertirse en banda generacional? No lo sabemos. Lo cierto es que la pura nostalgia es lo que empuja en la actualidad a su música, el revival, en el que ahora los que éramos adolescentes en la época de 1979 (la canción, pues), ahora somos “adultos contemporáneos” que le deben el alma al banco y al parecer ya escuchamos todo lo que teníamos que escuchar en la vida y sólo volteamos al pasado anhelantes.

Y ellos son los Pimpinelas de nuestra generación, puros recuerdos que ya no nos inyectan una sana dosis de invención para cambiar nuestros destinos; ahora son opio y uno no muy bueno.

Cuando Billy Corgan dijo adiós

Y lleva a recordar el espléndido track Heavy Metal Machine, del Machina/The Machines of God, inspirado en el recurso literario aquel: deus ex machina, que alude a la solución repentina e inesperada de una historia. Acá es el poder de las seducciones del rock, las que avanzan como una máquina que engulle y destruye todo a su paso durante todo el corte. ¿Metáfora de las ideas artísticas de Billy al insistir en perpetuar a Smashing Pumpkins hasta el día de su muerte? Yo sí lo creo.

Billy ve en este track al rock como un ente, un monstruo devorador, como aquel ente que le está aprisionando las ideas, y utiliza las filosas guitarras como si efectivamente fueran una máquina imparable que avanza durante todos los casi seis minutos del corte. “¡Déjame ir, déjame ir, rock and roll!”, canta Corgan con una angustia palpable, una brillante idea musical.

Escucha aquí Heavy Metal Machine, de The Smashing Pumpkins:

Era el momento en que se comprendía todo lo anterior con una excelsa simetría, el pasado álbum Adore había sido un intentar escapar de las clasificaciones, un salto al vacío de creatividad. Y Machina recuperaba a la banda de guitarras distorsionadas que Billy siempre quiso ser, pero sabía que ya entregaba una cúspide de todo ese camino, ya lo siguiente sólo sería descender. ¿Retirarse en la cúspide o darle respiración de boca a boca a un cadáver durante 22 años? Billy Corgan optó por lo segundo.

Imposible hablar más de lo hermoso que hubiera sido ese final para la carrera de esta banda que para muchos de nosotros son nuestros Creedence. Tal vez hubieran accedido a la mitificación, porque hubiera quedado demostrado que lo que en poesía nos decía Bill, quedaba plasmado en la realidad, como una forma en que el arte creaba esa presencia que importaba, que dejaba secuelas: tres o cuatro álbumes de antología y a otra cosa, a vivir una vida, sin la carga de ser una estrellita de rock.

Billy Corgan, Smashing pumpkins, 2

Pero ah no, en lugar de ello, tenemos una repetición que ya impide pensar en la banda como otra cosa que una caricatura, una parodia de sí mismos. Como cuando Billy Corgan por fin nos anunció su primer disco solista en 2005 y en la misma edición del Chicago Sun Times donde aparecía la reseña, Billito ya intentaba reunir a la banda otra vez, dejando sin efecto la hermosa carta de despedida que es Machina.

También sin efecto, la lección de Steiner, el personaje de la Dolce Vita (película que es por cierto de las favoritas de Corgan), que en realidad es la voz de Federico Fellini: “Un artista debe aprender a callar”. Porque de una forma extraña, Corgan entendía que en Machina… quedaba dicho todo lo que pudo decir Smashing, lo demás sólo sería una cacofonía, una reiteración innecesaria, un querer volver a la grandeza de una banda que planteaba con arte y sensibilidad las dudas de la adolescencia, pero que ahora parece algo ridículo en un hombre de 55 años con tres hipotecas por pagar o qué sé yo.

Pero es esa idea de que Billy Corgan ama el reflector y ve con un descarado cinismo su pasado de súper estrella del rock, quiere que su banda sean nuestros Rolling Stones y no creo que eso sea posible. Billy jamás entendió la lección de uno de sus más grandes ídolos, David Bowie, quien huyó de Ziggy Stardust, lo mató en el escenario y pasó a otros horizontes, porque comprendió que ese personaje era su muerte creativa.

Porque David hubiera odiado ataviarse como Ziggy a los 55 años, porque una estampa mítica se hubiera convertido en una caricatura, una parodia de sí mismo; tal como ver a Billy en la actualidad, poniéndose maquillaje en la cara y pretendiendo que no han pasado 22 años.

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.