Captura de Ovidio Guzmán y la construcción de la paz

Captura de Ovidio Guzmán y la construcción de la paz

En el discurso sobre seguridad del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, no hay cabos sueltos. Cuando desde la primera mañanera dijo que los gobiernos anteriores habían abandonado a la juventud, los opositores, desde su manipuladora lógica, interpretaron que su estrategia de abrazos y no balazos era apoyar a los cárteles de la droga, cuando de lo que en realidad se trata es de buscar la pacificación de la sociedad.

La captura de Ovidio Guzmán, el pasado 5 de enero, en vísperas de la visita del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, no es más que la consecuencia que ha señalado Obrador desde el primer día: los estragos que está haciendo el narco y la narcocultura en la juventud. Ovidio Guzmán, hijo del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán, no tiene ni 33 años.

Programas como Jóvenes Construyendo el Futuro, que ofrecen un salario mínimo, buscan, entre otros objetivos, arrebatarles el pasto de la juventud a la industria del narcotráfico y, por si eso no hubiera quedado claro desde el principio, es la doctrina mediática del garrote o la zanahoria, muy bien ejemplificado con el destino que espera al joven integrante de los llamados Chapitos, cadena perpetua.

En 2019, Obrador anunció que les concedía a las televisoras su tiempo oficial para propaganda política, pero algo con lo que ha insistido y en donde invierte su presupuesto de medios, es en su original campaña contra las drogas: la advertencia de lo que hace el fentanilo al organismo en horarios para todo público; es una estrategia comunicacional muy persistente, la zanahoria.

Lo que le pasará a Ovidio es el garrote. Obrador ha sido muy reiterativo, incluso criticando que los seriales de Netflix ensalzan y romantizan la figura del narco, de riqueza fácil y una existencia glamurosa que es un modelo aspiracional para cientos de jóvenes que fueron abandonados por el Estado. “Lo único que hicieron es decirles ninis, que ni estudian, ni trabajan, de forma despectiva”, ha señalado.

Aun si con su dinero Ovidio logra obtener amenidades para pasar su juventud a la sombra, su vida se acabó en muchos sentidos y no hace más que darle la razón a la idea de pacificación social que busca Obrador. El mismo narcotraficante no es más que una víctima más, originada por una política que descuidó una de las más grandes ventajas de México en la competencia internacional: su juventud.

En México, de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020, 37.8 millones de personas son jóvenes, representan 30 % del total poblacional. Ante sociedades que sucumben poco a poco ante su infertilidad, no deja de ser una de sus principales ventajas, pero no si el narco depreda esa despensa. Al final, la estrategia de ir a la raíz del problema es real y lo más inteligente que se puede hacer.

Estrategia humanista

En la conferencia a medios tras la detención de Ovidio Guzmán en Sinaloa, Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, finalizó su breve exposición con una frase contundente: “No venimos a ganar una guerra, venimos a construir la paz”.

Desde la misma formación de Obrador, autodefinido como un humanista al que “nada humano le es ajeno”, el problema de la seguridad tiene raíces sociológicas ineludibles, principalmente el abandono del Estado de bienestar desde el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1986) y hasta el 2018, acrecentadas por la supuesta guerra contra el narcotráfico iniciada por Felipe Calderón para legitimar su fraudulenta presidencia.

Ovidio, recapturado la madrugada del sábado 5 de enero, en un operativo que costó la vida a 10 militares y 15 criminales, no sólo termina con los argumentos de los opositores a la 4T de que Obrador tenía un pacto con Los Chapitos (hijos de Guzmán Loera, El Chapo Guzmán), en que basaban el hecho de que, en 2019, Obrador ordenara la liberación del capo buscando “evitar un baño de sangre”.

En el llamado “jueves negro” (17 de octubre de 2019), la estructura criminal de Los Chapitos reaccionó violentamente ante la captura de Ovidio, en acciones que pudieron costar la vida a familiares de militares, y en la que Obrador tomó la decisión de dejar en libertad al cabecilla. Desde entonces, el hecho ha sido usado por sus adversarios políticos como prueba de que “está aliado con el narco”.

Lejos del absurdo de tal afirmación, era un discurso que buscaba crear inestabilidad política por medio de la repetición incesante y sincronizada de los medios anti AMLO, buscando restarle puntos a su popularidad, que al cierre de la edición está en 70%, de acuerdo con la mayoría de los sondeos de opinión. Todo ese auténtico discurso golpista quedó hecho añicos con la captura de Ovidio.

Según expertos en seguridad nacional, Ovidio es, si acaso, el tercer hombre más buscado en la estructura de los cárteles mexicanos, pero su reaprehensión deja claro que ni Obrador está aliado con la familia de El Chapo (a pesar de que saludó a la mamá de Ovidio), y que el buscar capturar a las cabezas, incluyendo al capo de 32 años, refuerza su discurso de evitar que la juventud se pierda por el narco.

Que al decir “abrazos, no balazos”, no se refiere a abrazar a los narcos, sino a una política de pacificación y sanación después de una guerra que incluso, según el conservador diario The Washington Post, costó a la nación 350 mil vidas humanas. Un esquema en donde la seguridad forma parte, y no se puede separar, de la creación de una estructura de alternativas que den un futuro a los jóvenes.

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No se puede acabar en un sexenio con procesos de decadencia que se gestaron por más de tres décadas. La historia demuestra que las heridas provocadas por una guerra necesitan de generaciones para sanar. En ese sentido, una política que tenga en cuenta que los narcos no son más que víctimas de dinámicas sociales destructivas, es un gran primer paso para regresar a un estado humanista.


El Neto, otro joven que no tuvo tanta suerte

El caso de Ovidio es el de un joven nacido en el privilegio, una suerte de príncipe heredero del crimen, mientras que el de Ernesto Alfredo Piñón de la Cruz, El Neto, es el de un joven sin nada, que a los 21 años ya enfrentaba condenas por 244 años. El único destino que perseguía era fugarse, como hizo, brevemente, o morir en la cárcel. El joven fue abatido a tiros el 5 de enero, luego de fugarse el primer día del año.

En la evasión del líder de Los Mexicles murieron 10 custodios y el analista César Gutiérrez Priego nota “sospechosa” su muerte, pues lo mataron sin recato, sin siquiera tratar de reaprehenderlo. El joven de 32 años fue el responsable de una banda aliada y brazo armado del Cártel de Sinaloa. Llegó un momento en que le dejaron de acumular condenas, no tenía caso, pues se moriría en la cárcel.

El caso de El Neto representa el objeto de la política de seguridad de López Obrador, ya que son los hijos de clases humildes los que abastecen de “soldados” a los cárteles, porque la única posibilidad para jóvenes audaces y, sin duda, llenos de potencial, es emplearse en un cártel y vivir una vida “plena” por más corta que esta sea. El mismo día en que abatieron a El Neto, se hizo viral el video de unos niños armados en una camioneta, listos para defender a Ovidio.

Desacralizar la figura del narco y mostrar su trágica realidad, pero teniendo alternativas para esa juventud que abastece las filas de las organizaciones criminales, es el lado más apremiante y específico de la estrategia de seguridad de López Obrador y la 4T, que señala que es un problema intergeneracional que no encontrará solución en el seno de una sociedad criminalmente desigual.