Es definitivo que cuando veo las fotos de Juan Carlos Aguilar me pregunto cómo es que una imagen puede reflejar tanto de lo que es una persona. Hasta me sorprendo que no se sonroje al mostrar algunas de ellas.
No miento. En sus imágenes veo al joven que se saltaba clases en la universidad para irse a ver maratones de cine snuff, de los cuales unos salían vomitando y Juan Carlos con una alegría que nos parecía insana. También palpo su sentido del humor, oscuro, pero también vacilón, y sonrío.
Ese raro sujeto que se desvelaba viendo películas de Alfred Hitchcock y otros grandes maestros, que ama el cine, la novela negra y la ciencia ficción. Parece que debió nacer en los años 50, por el gusto que tiene por la literatura de Robert Bloch y Fredric Brown, que tanto le han carcomido el seso desde que lo conozco.
El gusto por la fotografía siempre fue obvio en él y más obvio era verlo transformar una simple imagen de Eje Central en blanco y negro, para evocar (creo yo) la época dorada de aquella calle atestada ahora de basura y miseria.
Esa cualidad de ver en lo sórdido una belleza irreal es algo que jamás entenderé del todo. A Juan Carlos la decadencia parece informarle de otras esencias, un patio de juegos en que puede encontrar una suerte de comunión con otros creadores, una que trasciende épocas.
Por eso no me sorprendió en lo absoluto que llegara a escribir textos para la revista Alarma! En su momento sonreí. Pensé que simplemente era una consecuencia lógica y que estaría como pez en el agua. Cuando lo leí tuve la misma sensación que experimenté años después al ver sus fotos.
Es sólo que hay algo muy subversivo en su forma de escribir sobre un asesino serial, o sobre la escena de un crimen inenarrable; claro que hay un respeto por la situación y los involucrados, pero hay también finísimas pinceladas de humor negro que quizá sólo capte quien ha pasado la tarde bebiendo con él.
Es como exigir una dignidad de lo sórdido y lo que repele la mayoría, como encontrarle un lado que lo humaniza y lo convierte en algo de valor estético, algo que nunca va a dejar el underground, en realidad.
Recordé lo que me contó del gran Enrique Metinides y su descripción de cómo doctamente aquel veterano fotógrafo prefirió mostrar en una imagen los rostros de los transeúntes en lugar de la escena sangrienta; creo que me sigue fascinando esa idea y él se toma en serio esas enseñanzas en su trabajo.
La autenticidad de la calle
Y sorpresa, ha seguido. Lo que pensé sólo era una fascinación de juventud, se transformó en una obsesión artística, legitimada por sus muchos viajes y aventuras recorriendo la Ciudad de México y muchas otras. Camina sus calles como si fueran un museo y no una atestada y sucia avenida de cemento.
El valor, que a veces parece insolencia para lograr sostener la cámara delante del objetivo, permanece inalterado. Tiene la extraña habilidad de dotar una escena ordinaria de una esencia en que lo decadente es presentado con una extraña dignidad que obliga reformularse los conceptos de las cosas.
Luego está que el autor es un individuo politizado y culto, periodista desde ya hace más de 18 años. No puedo evitar pensar que para él los indigentes con los que habla y comparte cervezas y anécdotas, muchas veces no son víctimas de una sociedad injusta, antes bien son presentados a nuestros ojos como sujetos que nos han ganado la batalla a los animales amaestrados por el sistema.
Es donde el lado salvaje de la calle reviste en sus fotografías una profundidad poco imaginada, porque muchos de los objetos de su lente se alzan desafiantes y nos muestran que quizá ellos estén más vivos de lo que lleguemos a estar muchos de nosotros.
La dignidad de la calle, su belleza, que no oculta su mugre y decadencia. El contraste social que, en unas cuantas calles, separan la opulencia más ridícula de la pobreza más extrema. El suyo es el acto de buscar algo que tenga autenticidad en medio de tanta artificialidad y pretensión.
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Tienen en estas páginas la llave para entrar a la psique de su autor a través de estas imágenes que comenzaron a tomarse hace ya varios años de trajín por la ciudad. El pata de perro incorregible, el periodista y amigo de carrera larga, cuya vida loca nos hace pedir por su salud, y decirle: “Ya párale, te vas a enfermar”. Con su inconfundible humor sólo alcanza a contestar: “Yo llevaré flores a sus tumbas”. Todo eso puedes ver a través de la creciente obra de Juan Carlos Aguilar. Comencemos el viaje.