Con la confirmación del triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones de Brasil, aunque en unos comicios muy competidos y haciendo compromisos ante grupos conservadores, el mapa político en Latinoamérica se consolidó aún más hacia la izquierda, culminando un proceso que inició con la llegada al poder del presidente Andrés Manuel López Obrador en 2018.
Desde 2018, López Obrador sirvió como una suerte de líder de la izquierda en América Latina, pues la potencia geopolítica de Brasil se encontraba en poder de la ultraderecha de Jair Bolsonaro. Argentina, otro referente, se encontraba en aprietos tras la asunción del candidato de izquierda Alberto Fernández, y Colombia estaba reducido a ser un policía de la influencia estadounidense en la región.
La señal simbólica más significativa de la erradicación gradual de los gobiernos y políticas de derecha en la región, se dio el 11 de marzo de 2022, cuando asumió su cargo el presidente de Chile, Gabriel Boric. Eso es porque esa nación fue la primera de Sudamérica en que se aplicaron las políticas de economía neoliberal entre 1973 y 2003, en lo que los entusiastas de ese modelo llamaron “el milagro chileno”.
En el mismo 2022, el 7 de agosto, Gustavo Petro, un exguerrillero, tomó el mando del poder Ejecutivo en Colombia, que durante años había fungido como la presencia armada de Washington en toda la región. El triunfo de Petro se sumó al de Boric y al de Xiomara Castro, que tomó el control del gobierno de Honduras el 27 de enero de aquel mismo año.
Tras el triunfo de Petro, los presidentes de México, Chile y Argentina proponían la formación de un grupo de países progresistas, llevando al segundo mandatario más popular de todo el mundo, López Obrador, como líder, pues la realidad es que México, al ser la segunda potencia en cuanto economía de toda América Latina, reclamaba ese honor, pero sólo era porque en Brasil todo era una incógnita.
El triunfo de Lula da Silva en dos vueltas en octubre de 2022, sin embargo, cambió las tornas del liderazgo regional del tabasqueño, pues Brasil es la auténtica potencia económica de América Latina por Producto Interno Bruto (PIB) nominal, dejando el segundo puesto para México, el tercero para Argentina, el cuarto para Chile y el quinto para Colombia, según datos del Banco Mundial de 2021.
De inmediato, la percepción de López Obrador de la unión latinoamericana bajo el estandarte del “sueño de Simón Bolívar”, se ha difuminado desde la asunción de Lula, pues tan sólo la situación geográfica le permite más libertad de acción geopolítica a las decisiones de gobierno de Da Silva, quien tan sólo por la influencia de su economía influye en la región, ya invadida por las inversiones de China.
México, por su parte, por localización geográfica y vínculos socioculturales, tiene un destino muy ligado al norte de América (Estados Unidos y Canadá) e incluso forma parte del Northcom o Comando Norte, una de las 10 unidades en que Estados Unidos agrupa y distribuye su influencia política y militar en el mundo. Eso por automático separa el destino de México del del resto de Latinoamérica.
Complicaciones futuras
Ninguna de esas transiciones a gobiernos progresistas ha sido tersa y todas enfrentan muchos inconvenientes futuros. Desde 2000, la izquierda comenzó a tambor batiente, con triunfos de Hugo Chávez en Venezuela; Lula en Brasil; Néstor Kirschner en Argentina; Michelle Bachelet en Chile; José Mujica en Uruguay; Evo Morales en Bolivia; y Rafael Correa en Ecuador. Pero todo cambió en unas décadas.
Los grupos de derecha se han movilizado y neutralizado las posturas de izquierda que ellos consideran radicales y los nuevos gobiernos han tenido que ceder en sus implementaciones. El ejemplo claro de asimilación de la derecha del ethos político de izquierda es el populismo de ultraderecha de Bolsonaro, cuya influencia ha dividido a la población en una nación de 215 millones de habitantes.
La influencia del llamado lawfare (guerra legal), que maniata de inmediato a los nuevos gobernantes progresistas, por medio del poder del congreso (en la mayoría de los casos controlado por la derecha), se puede ver en el actual caso de Perú, donde el presidente Pedro Castillo fue depuesto por el Congreso imponiendo a la usurpadora de ultraderecha, Dina Boluarte.
Si Brasil enfrenta una sociedad dividida, reflejada en la toma de tres sedes del poder del Estado el pasado 9 de enero por simpatizantes de Bolsonaro, su gobierno no será como sus dos pasados términos, en que gozaba de una sociedad no polarizada. De hecho, para llegar al poder, Lula tuvo que hacer compromisos con grupos evangélicos que son todo, menos de izquierda.
También lee: Morena, imparable en Edomex; en Coahuila sigue creciendo
Incluso la moderación de Gabriel Boric en Chile no ha servido para darle real gobernabilidad, pues rechazaron su propuesta de Constitución y actualmente enfrenta un 70% de rechazo de la población. Mientras, Argentina es rehén de los préstamos del Banco Mundial y en el país, la derecha, el peronismo, cobra cada día más relevancia, cerrándole conductos a los proyectos de Alberto Fernández.
Es la llamada reacción, y Estados Unidos que, por la llamada Doctrina Monroe, que declara “América para los americanos” (y léase “americanos” como los Estados Unidos), y en nostalgia de un nuevo Plan Cóndor, que controle toda la región, ha apoyado sin más a usurpadores como Juan Guaidó en Venezuela (hoy defenestrado por el mismo EU) y a la hoy encarcelada Jeanine Añez, en Bolivia.
Y en Perú, su embajadora, Lisa Kenna, exagente de la CIA, de inmediato corrió a respaldar el régimen de Boluarte, que a la fecha ha cobrado más de 50 asesinatos por represión de manifestantes, mientras el presidente democráticamente electo, Pedro Castillo, sigue en la cárcel. Son algunas de las respuestas que han enfrentado y seguirán enfrentando los gobiernos progresistas en Latinoamérica.
Aunque los gobiernos progresistas han pintado con su color la mayoría del mapa de América, no debe olvidarse que es un fenómeno cíclico y que, en la mayoría de los casos, dichos gobiernos no son todo lo progresistas que podrían ser, pues están maniatados o al menos acotados y en constante riesgo de perder lo que han ganado, de lo que puede dar testimonio el gobierno de López Obrador en México.

Estados Unidos, a la espera... Desde el magnate Elon Musk declarando en su cuenta de Twitter en 2020 que ellos invadirían a quienes tengan los recursos para ser explotados, hasta la confirmación, nada sorpresiva de la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, hace unas semanas, de que ese país debe “recrudecer su juego en la región”, el neocolonialismo de la otrora potencia hegemónica no ha muerto en absoluto. Richardson declaró el interés en el litio, los hidrocarburos y el agua de América Latina. “Tiene que ver con la seguridad nacional (de Estados Unidos)”, dijo la generala de cuatro estrellas, que advirtió sobre la importancia del llamado triángulo del litio (Argentina, Bolivia y Chile), así como las reservas de petróleo de Venezuela, Bolivia y Colombia, y el agua de la cuenca del Río Amazonas, en Brasil. Son futuras intervenciones anunciadas por múltiples medios (desde diplomáticos, extractivismo consensuado o no, hasta abiertos golpes blandos y militares), con una cada vez más marcada necesidad de esa potencia y de otras, como China, Rusia, Alemania, Japón, Francia y Gran Bretaña, de “acrecentar su apuesta” en la región. En la actualidad, las potencias buscan regresar a la era colonial. Y Estados Unidos, que considera su patio trasero a América Latina por medio del Comando Sur (en el que no incluye a México, pues este forma parte del Comando Norte), en realidad no ha dejado esas políticas de Doctrina Monroe y Destino Manifiesto en ningún momento. La rigidez de estas sólo depende de sus gobernantes, indistintamente de si son demócratas o republicanos.
México, cada vez más hacia el norte
En 2018, la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder de la segunda nación más importante de América Latina, proyectó al tabasqueño como líder de la izquierda. Obrador, literalmente “rescató” a Evo Morales tras el golpe de Estado orquestado por Washington en 2019, pidió múltiples veces el fin del bloqueo a Cuba, y respaldó a Alberto Fernández de Argentina ante embestida de derechas.
Pero en noviembre de 2022, el mismo Fernández, no votó a Gerardo Esquivel, el candidato de AMLO para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo y Lula da Silva, que recibió apoyo del mandatario mexicano, reconoció al gobierno de Dina Boluarte de Perú, que López Obrador ha considerado ilegítimo. Importantes guiños de la potencia brasileña de que hay un nuevo líder en Latinoamérica.
En enero de este 2023, la visita a México del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, afianzaron una alianza con Norteamérica, que es antipática de Brasil y Argentina, pues ellos han discutido incluso una nueva moneda que los independice del dólar estadounidense, algo que Obrador rechazó de inmediato, pues México depende de su relación con Estados Unidos.
El último episodio de esas diferencias se dio durante la cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe), que se celebró en Buenos Aires la semana pasada y a la que no asistió AMLO, pero a la que mandó el mensaje de condena del gobierno de Dina Boluarte y pidió hacer lo mismo a sus homólogos. La presencia de Lula durante la Cumbre consolidó su liderazgo de la región.