¿No hay terrorismo?

¿No hay terrorismo?

En aquello de brindar seguridad a los mexicanos, la 4T acusa un franco fracaso. Los días pasan y el gobierno de López Obrador se va consumiendo; difícilmente va a lograr uno de los objetivos que prometió en su campaña de 2018 y que convenció a muchos: lograr la pacificación del país.

Se necesitan sólo dos dedos de frente, y no importa si se es adversario, para entender que si hay paz se lograría ser más competitivos. Ejemplos sobran, pero ahí quedan los rubros económicos y turísticos que no le gustan al presidente. Se enfada, hace rabietas y recurre a su desgastado discurso: “Tengo otros datos”, que nadie cree.

La mañanera del 15 de agosto de 2022 quedó marcada en el calendario de las declaraciones. El titular de la Secretaría de Gobernación aseguraba que en el país no hay actos de terrorismo o que no se puede catalogar así las actividades de la delincuencia organizada.

Como robar, secuestrar, lanzar metrallas contra los civiles que nada tienen que ver, cobrar derecho de piso y, si no se paga, realizar levantones, incendiar autos y colgar cuerpos con narcomantas, ante la mirada pasiva de las autoridades municipales y estatales, mientras que la instrucción de la federación es “abrazos y no balazos”.

La reforma de las fuerzas armadas va avanzando en los congresos estatales. Adán Augusto López anda de gira para promover y supervisar que se vote a favor, al mismo tiempo hace campaña porque ya no oculta que pretende la presidencia en 2024.

Es cuestión de tiempo para que los militares estén fuera de los cuarteles por lo menos hasta el 2028, pero no hay evidencia alguna de que vaya a resultar. Los niveles de violencia no han disminuido y este gobierno se irá con una proyección de más de 130 mil muertos, muchos más que Felipe Calderón y que Peña Nieto. Eso ya no le importa al caudillo, que ya se cura en salud diciendo que son sólo las bases de la transformación.

Mientras el tic tac del reloj corre y la sangre también, los carteles avanzan en tecnología, se van sofisticando. Ya no se puede pensar en la mafia sólo como sombrerudos enjoyados con cuernos de chivo.

Hay notas periodísticas que dan cuenta de ataques y vigilancia con drones como en película hollywoodense, infiltrados y con acceso a información privilegiada en diversas dependencias, así lo hizo Guacamaya con la Sedena y otros “hackers” a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Ojalá no les pase a otras instituciones dedicadas a la seguridad. ¿Quién nos cuida?

Claro que también está la barbarie que vivimos desde enero de 2007 cuando se desató la guerra contra el narcotráfico. Uno de los miles de videos que circulan presenta la forma de asesinar contrincantes; en las imágenes se ve un rehén al que le colocan pegado al pecho una carga de dinamita, la encienden y corren sus captores. Se escucha la explosión y ya podrá imaginar el resultado.

Esas terribles formas de actuar sólo se ven en lo más bajo de las guerras y con los grupos extremistas como los que operan en Medio Oriente.

Para el presidente son hechos aislados, esos que no quiere voltear a ver y que la prensa amarillista y sensacionalista pone en primera plana para descarrilar un movimiento que se cae a pedazos.

No son pocos los exfuncionarios, especialistas, periodistas y actores políticos que advierten de un pacto con el narco; “por eso no se les toca”, dicen. Si no existe ese pacto y la frontera está bien pintada, entonces se trata de mera incompetencia para ir en contra de ellos, enmascarados en un falso humanismo tropical.

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El jefe del Estado Mexicano está capacitado para usar la fuerza cuando este justificada y si pronto tendrá los permisos, es decir, el marco jurídico para que estén en funciones de seguridad hasta el 2028, ¿qué lo detendrá para ir por los malos, cumplir en seguridad y salvar la poca dignidad que le queda en un sexenio perdido, como lo dijo el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano?… pero mejor ahí la dejamos.

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Hasta la próxima.