En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
-Mis escudos son tan sólidos -se jactaba-, que nada puede traspasarlos. Y mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
– ¿Qué pasa si una de sus lanzas choca con uno de sus escudos? -preguntó alguien.
El hombre no replicó.