Tool y sus reflexiones para el futuro

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Maynard James Kennan, el vocalista de Tool, siempre me ha parecido una especie de John Doe de la película Seven (1995), de David Fincher. Un cuervo anuncia tempestades, el predicador agorero del apocalipsis, dispuesto a sacrificar a los corderos que le siguen, en el final del primer álbum de Tool, Undertow (1993).

El moralista que sólo puede ver cómo California (en su imaginería tan bien construida, la moderna Sodoma y Gomorra) se cae a pedazos por un efecto tridimensional en la portada del disco de 1996, Aenima (una polisemia para el enema que Maynard ruega a Dios mande de una buena vez para limpiar el organismo de la humanidad), con el tercer ojo de las religiones brahamánicas incluido en su mapa espiritual.

Y por supuesto, el homenaje al cuerpo y ramificaciones nerviosas del portentoso Lateralus, que salió a la venta un 15 de mayo de 2001. Lateralus es donde ya el lenguaje tooliano era conocido y sólo se especializó más hasta llegar a unos niveles supremos.

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La portada de Lateralus (2001) de Tool.

En 2006 vendría la evocación del final del fin de los ciclos en 10,000 Days, y cuando ya nadie esperaba nada y la posibilidad de un nuevo disco de la banda se había convertido en un meme recurrente, en 2019 apareció el más reciente: Fear Inoculum, el diagnóstico de los tiempos que corren, un poco antes del Covid, con revolcada por el fango a Donald Trump incluida; antes de que la banda regresara a su sótano y no haya vuelto a salir de él desde entonces.

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No nos queda duda que, aunque más bien pocos discos, la discografía de Tool es algo esencial, y el hermetismo ante cada obra lo convertirá en un mito de nuestra época cuando todo esté dicho.

Aunque también hay opiniones totalmente argumentadas de que la música de Tool es aburrida a morir. Hay incluso un meme en que un tipo espera 10 minutos sólo para que “la parte buena de una rola de Tool aparezca”.

Dato inútil: El Gallito Feliz es famoso por ser fan de Tool, ¿lo más inteligente que ha hecho relacionado a la música?

Pero Tool ya pasó a la historia como un auténtico colectivo de artistas, con Adam Jones, el guitarrista e iconoclasta autor de los demenciales videoclips de las canciones; Maynard como el poeta y sumo sacerdote, calvo y escuálido chamán agorero de tempestades; Danny Carey y sus perfectos diseños de percusión, que van de la repetición sistémica al descontrol propio de una catástrofe y Justin Chancellor y su bajo vital.

Y vital porque en los conceptos de la banda, sus rasgeos sobre las cuerdas llegan a representar el sonido de flujos de sangre y terminales nerviosas. Chancellor, a veces protagonista, siempre dispuesto a ocupar el segundo plano y seguir simplemente el ritmo, equiparándonos el bajeo musical a los impulsos y sonidos del organismo humano, a los ritmos de la existencia.

El universo tooliano

Tool ha creado un universo en sí mismo, consolidado en el rito (la repetición, vista como mantra budista). El metal que echa mano de las largas suites del rock progresivo, el misticismo, los largos mandalas sonoros: la comunión del reproche de la religiosidad (ojo, no religión institucional), perdida en la modernidad llena de molicie y barbaridad.

Lo misterioso es el dominio para su medio que tiene Tool desde el principio, siempre con esos temas icónicos para comenzar sus diatribas, auténticos monumentos del cinismo que se convierten en material radiable en cada disco. Pero los mortales que vibraron con la falsa accesibilidad de IntoleranceStinkfistThe GrudgeVicarious y Fear Inoculum (todos ellos temas abridores), no esperen encontrar el mismo recibimiento cuanto pase al segundo track.

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El arte del booklet de cada disco de Tool es material de colección.

Fueron, en efecto, víctimas de una trampa y si tienen la sensibilidad y paciencia (Tool es muy hermético a veces), serán testigos de toda una experiencia auditiva, de arte sonoro sin comparación. Aunque para muchos ya es visto como una fórmula que repiten en cada álbum (cada que se les pega la gana sacar uno), pero la verdad es que Tool no ha entregado dos obras iguales.

Siempre abordan en cada cual uno de los aspectos de su universo, de sus obsesiones. Maynard ve a la banda que lidera como una “herramienta” para que el escucha desentrañe los enigmas del universo, nada más y nada menos. O para que mueva su cabeza como poseído y nada más.

Es condena a la humanidad que a colectivos de artistas como estos sólo se les empiece a estudiar hasta mucho después de que han dejado la producción. En mi opinión es lo que pasará con estos californianos, artistas en todo el sentido de la palabra que tras Fear Inoculum han vuelto a su mutismo que recorre lustros.

El performance

En todo disco de Tool hay también lo que sólo puede explicarse como performances auditivos que son como pequeñas islas que conectan los nodos del álbum. Desde el ruido de los corderos de Disgustipated y los posteriores dos minutos de escalofriante silencio, para luego escuchar una recitación final cuando el abate Kennan (recordando quizá a Jim Jones y la masacre de Jonestown y a otros tantos agoreros apocalípticos de la destrucción que se llevaron a sus fieles consigo), ha terminado con sus fieles, antes de inmolarse en la pira.

O la receta de cocina recitada como un discurso del führer en Die Eier von Satan, hasta el final de Aenima. Gran disco, que incluye un homenaje al gran comediante Bill Hicks en Third Eye. O el hoy mítico de Faap The Oaid, que cierra Lateralus, con las conspiraciones estilo The X Files y una marea de sonidos e interferencias que finaliza de la manera más abrupta posible, una que nos deja con estremecimientos en la espina dorsal y nos hace voltear nerviosos al estéreo (a ver si está bien).

Bien pensado, hay un promedio de tres años y medio entre cada álbum de Tool, el más reciente, Fear Inoculum, tardó 14 años en salir, ¡y eso fue hace ya casi tres años!  Esa es una de las cosas fascinantes de la banda, que no sienten la necesidad de entrar al estudio por presiones de la disquera, que sólo van a grabar cuando tienen algo firme qué decir, a pesar de que incluso han ganado Grammys y esas cosas por su trabajo.

Es donde todo se queda en realidad en el arte, porque por fuera, por más extravagante que parezca el calvo Maynard Kennan, no es ese profeta funesto que nos hace llegar la expresión, es sólo el cantante demencial con la voz más perfecta para cantar jodido metal que he escuchado (perdóname Bruce Dickinson).

El venerable Maynard (der.), al lado de su esposa, en una de sus muchas estampas de normalidad cotidiana

La reflexión

Pero Tool sería improcedente si un discurso bien cimentado no sostuviera la propuesta. En el futuro, Trasfondo dedicará espacio a cada uno de los instantes más significativos de los discos de la banda, pero en esta ocasión nos quedaremos con el cariz textual de una sola canción. Tan hermético como suele ser Kennan, en 2001, para Lateralus, entregó una gran muestra de cómo la complejidad discursiva es una amalgama perfecta para la música titánica (es un reto tocarla así, así de simple) de la banda.

La pieza con la que los dejamos es Reflection, un mandala de imágenes sonoras y simetrías reencontrándose, que comienza con la elaborada floritura de Carey en las percusiones, mientras Kennan, quien entra al escenario que han colocado sus comparsas casi cuatro minutos después, desgrana el tema con inquietud funesta, y la música lo acompaña en un auténtico crescendo místico- ritual.

Reflection ha motivado cientos de ensayos en la red sobre sus significaciones.

Viene a la mente la degradación de nuestra humanidad, presente en AEnima, y la lección moral que entraña (verán, los de Tool son maestros en las dualidades que parten a un mismo tema en dos polos puestos, en este caso: Aenima/AEnema).

En AEnema, canta Maynard: porque rezo por la lluvia/ y rezo por las olas de la marea / quiero ver que el suelo se agriete/ quiero que todo perezca. En un completo reproche ante la degradación de la posmodernidad y su mundo “ideal”. Un tanto moralista, pero de una fuerza innegable que, repito, se queda en el arte.

Reflection parece la culminación de esa idea en la lavativa del humanidad corrupta sin remedio. Con Tool otorgando por fin esperanza a la humanidad, claro, si esta logra trascender su propia propensión a autodestruirse. Reflection, la última pieza cantada de Lateralus, es otro de esos casos en que la lírica ocupa cada una de las vertientes del tema en plenitud, de manera perfecta, en donde el crescendo se alimenta de la letra y viceversa.

Y en mi momento más oscuro, fetal y lloroso
La luna me dice un secreto – mi confidente
Tan llena y luminosa como yo
Esta luz no es mía y
Un millón de reflejos de luces pasan sobre mí
Su fuente es brillante y eterna
Ella resucita la desesperanza
Sin ella, somos satélites sin vida a la deriva

Explosión de furia y decisión la que acompaña tal revelación, hasta un perfecto final meláncolico y lacaniano, pidiéndole a la humanidad crucificar el ego, antes de que sea demasiado tarde.

Antes de que nos consumamos.

Lateralus, por completo, está dedicado al ser humano en su esfuerzo de trascender las eras a través de la espiritualidad y el vínculo con el otro. Kennan es un tanto más optimista que cuando pedía la tabula rasa a los cielos, dentro de lo que puede ser su propio personaje de abate loco, de lama funesto, condenando al mundo al peor de los desastres. Ahora hay una salvación por medio del otro.

Su advertencia se deshace en los estertores ambientales de la guitarra de Jones, mientras da inicio el brutal instrumental Triad, un mazazo en la cabeza para despertar.

Si quedo claro, cada uno de los álbumes de Tool encierra toda una pléyade de historias y apelaciones de distinta índole al futuro de la humanidad. Así, Reflection, es el lado más positivo en toda la obra, y además una pieza de arte sin comparación, un mandala sónico de relojería cuidadosamente diseñado para cerrar el magnífico Lateralus.

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.