La Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) lamentaron este jueves el deceso de Vicente Rojo, artista mexicano de origen catalán, a quien en 2011 le fue otorgada la Medalla Bellas Artes por su vasta práctica dentro de las artes visuales.
La titular de Cultura del Gobierno, Alejandra Frausto Guerrero, tras solidarizarse con familiares y amigos de Vicente Rojo, lamentó el fallecimiento del extraordinario artista, a quien consideró “grande entre los grandes.
Destacó que Vicente Rojo contribuyó a la renovación estética de México en los 50 y 60 y por méritos propios fue representante del abstracto mexicano en el mundo”.
En el Museo de Arte Moderno se llevará a cabo una gran exposición retrospectiva, la cual se estaba ya trabajando con el artista
Frausto Guerrero adelantó que en el Museo de Arte Moderno se llevará a cabo una gran exposición retrospectiva, la cual se estaba ya trabajando con el artista y que será parte del homenaje nacional que se le rendirá.
“Todos los homenajes serán pocos para Rojo. Creador emérito, Premio Nacional, miembro del Colegio Nacional, influyó en el pensamiento y obra de generaciones en el diseño, pintura, escultura y literatura”, agregó la titular de Cultura del gobierno federal.
Por su parte, la directora general del INBAL, Lucina Jiménez, expresó “Vicente Rojo, deja testimonio artístico de gran valor en la pintura, la gráfica, el diseño que marcan toda una generación del siglo XX y XXI mexicanos.
Vicente Rojo fue también forjador de un mundo editorial que revolucionó desde el diseño y su mirada del mundo literario y artístico en toda la amplitud posible”.
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Rojo fue uno de los artistas más importantes del abstraccionismo en México, adscrito a la Generación de la Ruptura, aunque él consideraba que el movimiento era “más bien de continuidad”. Su pintura se divide, principalmente, en cinco temas principales: Señales, Negaciones, Recuerdos, México bajo la lluvia y Escenarios.
A partir de 1980 comenzó a alternar la pintura con la escultura para enriquecer su trabajo, en cuyo centro alentó la necesidad de reflejar, “como en un juego de espejos, dos soledades: la del creador y la del posible espectador”.