«Un Extraño Enemigo 2», o el alto costo de hacer pactos con el diablo

"Un Extraño Enemigo 2", o el alto costo de hacer pactos con el diablo

La última vez que vimos a Fernando Barrientos (Daniel Giménez Cacho) el director de la temible Secretaría de Seguridad Nacional durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (un símil de Fernando Gutiérrez Barrios, personaje de nefasta aura en la historia de México), era el 1 de diciembre de 1970, inauguración de la presidencia del infame Luis Echeverría Álvarez (el brillante Antonio de la Vega) y recibía la noticia del asesinato a sangre fría de su primogénito, Enrique (Enrique Arrizon), su nuera Laura (Ximena Romo) y su nieto de año y medio, en Boston.

La primera vez que lo vemos en esta temporada, el maquiavélico personaje está desencajado, junto a Esperanza, su estoica y entrona cónyuge (la sublime Karina Gidi), y su hijo Armando (Pedro de Tavira), ante los cadáveres. Este fue el precio que pagó por ayudar a Echeverría a alcanzar la silla presidencial, siendo su mano derecha para orquestar la masacre de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 (como se vio en la temporada anterior). Y ahora, tiene algo que quería, pero a medias, y muchas ganas de cobrársela a alguien, pero entre tantos enemigos que ha cultivado, ¿a quién?

En los nuevos 6 capítulos de esta producción de Televisa para Amazon Prime, dirigida y escrita – con mucha consistencia y hasta una improbable empatía— por Gabriel Ripstein, se retoma la historia de este singular personaje y su submundo de corrupción y manipulación a lo largo de uno de los sexenios de peor memoria (incluido el corriente); consumido por su megalomanía, Echeverría usa a Barrientos como su “policía”, sin intención alguna de permitirle llegar más lejos, poniéndolo por debajo de Mario Moya Palencia (un irreconocible Fernando Bonilla) en la subsecretaría de Gobernación, para eliminar a sus “enemigos políticos”, incluyendo a la liga 23 de septiembre, un resabio del CNDH, así como el guerrillero rural Lucio Cabañas.

Partiendo de estos episodios históricos, Ripstein y equipo recrean con un aguzado oído la década (o al menos los primeros 6 años) en la que la corrupción se adueñó de México para ya no dejarlo ir: los tejemanejes del origen del narcotráfico a gran escala; la crisis económica, la violencia, la guerra sucia, la traición y las maromas: todo lo que vemos hoy en los diarios y redes sociales, está ahí, solo que en una versión más primigenia: los escándalos de espionaje, de militarización y abuso de poder, están ahí, como arrancados de los titulares. En México, parecen recordarnos, entre más cambia todo, más se parece a su pasado.

Un Extraño Enemigo 2

Giménez Cacho está supremo en su encarnación de un tipo amoral que usa una máscara de humanidad. El personaje está mejor escrito ahora que en la temporada anterior, si bien se siente una ausencia de algo: una dimensión en él que antes aportaba el personaje de Elena (Irene Azuela, en un rol ostensiblemente basado en varias mujeres relacionadas con el subsecretario real, entre ellas la escritora Elena Garro y la actriz y periodista Eva Norvind, entre otras), que era su contraparte: aquí esto se ve sustituido por la mayor presencia de Esperanza, si bien ella es su cámara de eco: ya no hay quien le cuestione la ausencia de ética o las consecuencias de sus actos (uno supone que, después de los asesinatos de Enrique y Laura, ya no puede haber algo peor); es más interesante el desarrollo de su relación con Armando, un estafador de poca monta, que renunció a sus privilegios precisamente al estar consciente de su procedencia.

Paralelamente seguimos la trama protagonizada por el agente Beto (Krystian Ferrer), infiltrado en el Comité Nacional de Huelga, que sigue la pista de su examante David Alba (Andrés Delgado), neurótico niño bien metido a revolucionario y asesino, cuya relación ilícita corrió el riesgo de ser expuesta, pero es su móvil para seguirlo de las puertas de Lecumberri a Guadalajara, donde trata de explotarlo y protegerlo al mismo tiempo.

Por otra parte, a mediados del sexenio, Barrientos trata de sacar tajada impulsando a su jefe para ser “el tapado” (léase: el candidato presidencial sucesor designado por el favor del incumbente), sin imaginar que Rosa Luz Alegría, la ex nuera de Echeverría, le va a jugar las contras para ayudar a encumbrar a su futuro amasio, José López Portillo (Erwin Vieytia), metido a la fuerza en la Secretaría de Hacienda, durante el peor momento de crisis económica de la nación – aunque éste palidecería con lo ocurrido en 1982, cuando JLP ya era presidente—. Esta subtrama es interesante, pero se siente armada básicamente para ser puente y asegurar una tercera temporada, aunque esta serie en realidad no lo necesita. Ripstein ya hizo su punto, y lo hizo muy bien: los cabos se atan con eficiencia y cualquier cabo suelto está por demás. Barrientos hace sus pactos con el diablo y paga precios muy altos por ello, pero a la larga, el resultado en la historia, como en este ostensible docudrama, es el mismo: ya sabemos que los “malos” ganan, y que en este país, tanto en ficción como en realidad (cuyos límites son muy tenues) no hay lugar para otra cosa que no sea la resignación de la gente a seguir siendo manipulada y explotada por la cúpula del poder, sea cual sea.

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Esta serie es un producto de calidad notable (especialmente en lo actoral) y se deja ver muy bien, pero francamente, no necesita ir más lejos de lo que ya logró: sería arriesgarse a la caricatura y sus creadores están muy por encima de eso.

«Un Extraño Enemigo«, primera y segunda temporadas, están disponibles en Amazon Prime Video