Los derechos de los niños y niñas

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Mientras celebrábamos los 79 años del inicio de la Revolución Mexicana, internacionalmente se firmaba la «Convención sobre los derechos de las niñas y niños». Como en toda narrativa, se decidió, como corresponde a la búsqueda del desarrollo humano, empezar por el principio.

El Estado no otorga derechos, simplemente los reconoce y esto implica construir la ingeniería para hacerlos valer.

A manera de ejemplo, si se reconoce el derecho a la salud, en consecuencia, se deben crear hospitales, procurando cierto número de camas por habitantes, de doctores y enfermeras, así como acceso a las medicinas de manera universal.

Si se reconoce el derecho a la educación, es porque se tiene la proyección de los planes de estudios, centros educativos, personal docente y toda una infraestructura de apoyo a los educandos.

Los niños y las niñas tienen los mismos derechos que un adulto, aunque sobresale uno: el derecho a jugar.

De una mala infancia es muy difícil reponerse, se convierte en una herida que no suele cicatrizar.

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A finales del siglo XX, en toda encuesta sobre los problemas de la Ciudad de México solían estar entre los primeros lugares los niños de la calle. La Unicef reportaba la existencia de algo más de 14 mil niños en situación de calle.

En tanto, varias organizaciones no gubernamentales (ONG) expresaban que su contabilidad les daba mucho más niños en situación de calle, mientras los órganos de gobierno afirmaban que eran menos.

La razón de esta situación se debe a que las fundaciones y organizaciones dedicadas a los derechos de infancia y adolescentes recibían apoyos económicos, según la gravedad del problema que manifestaban.

Cuando un niño o niña decide optar por la calle, es porque ya rompió con tres entidades: su hogar, la escuela y el barrio. Este último es de gran importancia, porque, si bien es cierto los ambientes de barrio se prestan para la formación de pandillas delictivas, también son capaces de generar un ambiente de solidaridad que retiene la tentación de pernoctar en la calle.

Hay aspectos culturales que por lo mismo son difíciles de romper. En el ámbito de los pueblos originarios y del campo, la costumbre es que a cierta edad (entre 7 y 8 años) los niños cuiden vacas o borregos. En un ambiente urbano, igual tienen que trabajar en el comercio, principalmente en la vía pública.

Cuando se hacen encuestas la tendencia es poner lo que se ve a simple vista. Pero lo que está presente es la pobreza.

Quien esto escribe, coordinó la Ley de niños y de niñas en la entonces Asamblea del Distrito Federal.

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Al hacer una revisión sobre las condiciones de violencia que inducen a que los niños principalmente busquen la calle como hogar, resultó que las madres maltratan más que los padres; las abuelas más que los abuelos; las tías más que los tíos; las maestras más que los maestros. Lo que sí fue una excepción a la regla fue que los padrastros maltratan más que las madrastras.

La información la obtuvimos de Niñotel (un servicio de Locatel), que a la vez estaba conectada a la Procuraduría de Justicia del entonces Distrito Federal en donde se atendían las quejas.

La razón no es un misterio. El cuidado de niños y niñas se le da de mayor manera a mujeres y en las primarias algo así como el 70 % del personal docente son mujeres.

Lo que implican estos datos es que existe una cadena que se descarga en la infancia: la frustración de los padres recae en las madres y la desilusión de las madres en sus hijos e hijas.  

Oficialmente el interés de la infancia es superior a la de cualquier otro segmento poblacional, pero ellos no hacen manifestaciones ni escritos para presionar, y se da una polémica si es el Estado el que tutela a través de sus padres a los niños y niñas.

Entonces no son seres a los que se les reconozca el ejercicio de su identidad entendida como el de sujetos independientes.

En el marco del neoliberalismo, la solución a la pobreza es la educación.

Algunas veces escuché poner como ejemplo que China ha ido abandonando la pobreza gracias a la educación y lo viable fue poner a estudiar a los niños más de ocho horas al día.

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Fotos: Javier A. Martín

Alguna vez escuché al periodista Andrés Oppenheimer decir que en China los niños salían de la escuela para continuar en la tarde con clases privadas.

¿El derecho a jugar dónde queda? Los niños y niñas aprenden jugando.

Hicimos el experimento de organizar un partido de futbol sin reglas, y los niños y niñas aprendieron la necesidad de hacer reglamentos precisamente para que sea más divertido.

En el supuesto de apoyar a la niñez, se dan apoyos a madres solteras; en realidad, a quien protegen es al padre biológico de la carga de colaborar en el mantenimiento de su hijo o hija.

Mientras que a los niños les deja la incomodidad de saber que ese apoyo es porque su madre no se casó, y a la sociedad la injusticia de pasarle la cuenta del garañón a la manada.

En un acto de conciencia corresponde al cuerpo social la protección de la infancia, porque son los más vulnerables.

Se debe insistir en que ningún menor de edad debe abandonar la escuela ni debe trabajar antes de contar con las condiciones físicas y psicológicas para aceptar esa responsabilidad, en la inteligencia de que ellos harán lo mismo cuando llegue el momento.    

No se trata de generales un buen futuro, sino de darles un buen presente, ya que el buen futuro llegará por añadidura. 

Por René Cervera G.

*Analista político, compositor y representante del Partido Humanista en el IECM. Es autor de los libros Entre el puño y la Rosa (visión de la socialdemocracia), La democracia es una fiesta, Antojos literarios y El sentimiento que nos une.