«No hay cosas sin interés.
Tan sólo personas incapaces de interesarse»
Gilbert Keith Chesterton
Una característica del poder es que quien lo ostenta mira a los otros por encima. Ya no hay igualdad por más que unos y otros se refrieguen en un discurso de humildad.
Así lo dejó plasmado el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, cuando habla de la Fenomenología del Espíritu, de su dialéctica del amo y del esclavo como una parábola del ser social humano, y eso se puede extrapolar a la política mexicana.
Columna anterior: ¿Golpistas? Evidencia del fracaso
Pero no es de ahora, sino de siempre esa relación entre el amo, que bien podría ser el presidente y sus sirvientes. Por esa razón la soledad tarde o temprano alcanzará al poderoso, aunque sea un mero espejismo.
Las liturgias de la presidencia simplemente no cambian desde la época del «viejo PRI«. Los meses pasan y como se va haciendo añejo el sexenio, el presidente se va quedando solo y más cuando se le suelta la rienda a quienes buscarán sucederlo en el cargo, y ese es su último acto de poder. Así se van los días finales de la administración.
Cuando llegó Vicente Fox a la presidencia, gozaba de mucha popularidad y aceptación. Pero pronto se fue por tierra. La corrupción y el nepotismo de Marta Sahagún nos mostraron a un Fox timorato y dependiente de las faldas de su mujer. Con todo y eso, se daba el lujo de caminar desde Palacio Nacional hasta la iglesia de San Hipólito,
Ya para 2005 se escuchaban los reclamos en las calles. No fue el gobierno del cambio, y los últimos meses se refugió en Los Pinos luego de una elección que López Obrador puso bajo la lupa de la sospecha de un fraude electoral.
Felipe Calderón entró a hurtadillas a la Cámara de Diputados que estaba rodeada por la Policía Federal. En un acto que duró unos minutos envuelto en una rechifla juró el cargo, mientras López Obrador tomaba las calles para protestar y luego se convirtió en “presidente legítimo”; eso duró apenas unos meses.
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Pero el objetivo estaba cumplido. Felipe Calderón nunca pudo caminar con tranquilidad por las calles. No disfrutó del cariño de la ciudadanía. Sus actos eran controlados, incluso los gritos y vivas que sonaban en el sonido local durante las festividades del 15 de septiembre. Además había que pasar tres filtros para llegar a la plaza pública; yo estuve ahí. Los guardias del Estado Mayor se paseaban e inhibían las protestas con su sola presencia.
Algo parecido le pasó a Enrique Peña Nieto, pero desde su campaña en el 2012. Incluso estudiantes de la Ibero hicieron que se refugiara en los baños por las protestas. Los dos hechos que marcaron su corrupta administración fueron la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y “La Casa Blanca”, luego una serie de escándalos que se fueron destapando uno a uno de los que integraron el «nuevo PRI«.
Peña tampoco pudo caminar por las calles de México. Tanto Calderón como él optaron por el exilio, aunque Peña se da la gran vida por Europa y parece que nada le preocupa; el pacto de impunidad con la 4T parece grande.
Tengo la sensación como si hubieran pasado muchos años cuando López Obrador sorprendía a los ciudadanos y ya siendo presidente bajaba de su oficina por un elevador.
Se asomaba por la calle de Corregidora, sin protocolo ni guardia aparente, escuchaba al que pasaba. Se tomaba fotografías, gozaba del cariño y admiración.
Hoy la fachada del Palacio esta bordeada por una fila de vallas; luego otras puestas en diagonal y otra para rematar con una nueva fila. Nadie pasa, nadie se acerca. La calle de Moneda se ha convertido en la aduana para ingresar a donde despacha el tabasqueño.

No cabe duda que el poder enloquece. El que lo ostenta se va quedando solo, o como da cuenta la obra de Hegel, esa relación del amo con los esclavos va aislando al Pejelagarto, aunque es muy temprano y el presidente ha decidido recluirse en su Palacio… pero mejor ahí la dejamos.
Entre Palabras
Me comenta un cercano a Miguel Ángel Mancera, que cuando este fue Procurador de la Ciudad de México, le recomendaron para que “trabajara” a José Ramón López Beltrán.
Un día Beltrán le comentó a Mancera que iba a estudiar una maestría y que los horarios eran por la mañana, pero que él cumpliría con sus labores. Me dice mi fuente que presenció la charla, que nunca más se le volvió a ver por las oficinas. Eso sí, los salarios se le pagaron puntualmente.
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Hasta la próxima.