Es muy difícil aceptar culpas. A la conciencia se le prefiere dormida, con Alzheimer voluntario. Nadie se siente cómodo con el escarnio público y dedos señalándole.
¿No les da vergüenza el cinismo? ¡Qué pregunta! Pero la respuesta es más disparatada: NO. No les da ni tantita pena, frente a todas las pruebas que los inculpan, declararse inocentes.
¿Qué sentirá aquel que es acusado y señalado por delitos que no cometió, mientras se aprieta los bolsillos vacíos de los pantalones? ¿Qué tan alto e insoportable estalla el alarido en su pecho, en el recinto de su corazón.
Otro cartón de Benmorín: El cohete de Sheinbaum
Son muy distintos el cinismo del culpable y la vergüenza e impotencia de ser acusado falsamente. Pero, ahora, es seguro que aquellos «presuntos» delincuentes que ahora son aprehendidos o buscados por la Justicia, sientan lo mismo que los inocentes encarcelados, sólo que su ejercicio de cinismo es tal, que se acostumbraron a ocultar esas cosquillas punzantes que viajan desde las puntas de los pies hasta las de los pelos.