Hay que aceptar que vivimos en la era de los derivados y los sucedáneos y que para que un producto tenga éxito garantizado, casi siempre tiene que estar vinculado con una franquicia («La Ley y el Orden», por ejemplo) o ser spin-off de un éxito probado («Better Call Saul»). Algunas veces, las series consiguen un éxito semejante o superan al original. El caso de la precuela de «Game of Thrones» podría ser de esos, si todo le sale bien.
La serie se deriva parcialmente del libro «Fire and Blood», escrito por el polémico autor George RR Martin (el lanzamiento fue un momento incómodo para los fans que esperaban que un volumen final para la serie de «Song of Ice and Fire» de la que se adaptó «Game of Thrones», en lugar de escribir un precuela). House of the Dragon, entonces, es la historia de los Targaryen y comienza en el noveno año del reinado en Westeros del rey Viserys I Targaryen (interpretado por el brillante actor Paddy Considine), unos 200 años antes de que conociéramos la saga de los Stark.
El rey Viserys está en aprietos: su esposa está embarazada. Su primogénita fue una hija, Rhaenyra, por lo que todos en los Siete Reinos esperan un heredero varón, de lo contrario, el arrogante y volátil hermano menor de Viserys, y presunto heredero, el Príncipe Daemon (Matt Smith) se hará del trono de hierro a la mala. Después de que la madre y el bebé (niño, por cierto) mueren. La Mano del Rey, Ser Otto Hightower (Rhys Ifans) le ordena es de ordenarle a su hermosa hija adolescente Alicent (Emily Carey) que se presente la cámara de Viserys para ser útil al rey. Viserys sabe, aunque se pone muy nervioso cuando los miembros de su consejo se lo señalan, que Daemon es totalmente inadecuado para gobernar el reino. Pero en su lugar solo tiene una hija que puede acceder al trono y ella no tiene la simpatía del pueblo. ¿Que hacer? Nada que haga demasiado feliz a nadie, eso es seguro.
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Al final de la primera hora del piloto, todas las piezas principales están en el tablero, moviéndose con presteza, se están gestando innumerables tormentas políticas, domésticas y reales, se están rompiendo viejas alianzas, mientras se están formando otras nuevas y la traición nunca pasa de moda en King’s Landing.
«House of the Dragon» parece tener todo para alcanzar las siete temporadas de éxito que tuvo su predecesor, aunque se siente menos original, es un producto diseñado para recompensar a los fanáticos acérrimos de la saga sin alienar a los espectadores que pueden llevarla a la cima de las listas de clasificación de transmisión.
Al final de la segunda hora, hay más dragones, algunas decapitaciones, desnudos integrales, sexo, giros narrativos que aún son comprensibles. (aunque todavía estamos en los primeros capítulos), un muy obvio interés amoroso prohibido para Rhaenyra y todas esas cosas que hicieron a «Game of Thrones» el equivalente de «Falcon Crest» o «Dallas» (telenovelas épicas de los 80) pero con espadas y fantasía.
Después del final bastante ínfimo que tuvo la serie que había sido un éxito rotundo este retorno a su “pasado”, es un acierto (al menos hasta ahora). Se deja ver y se disfruta bastante: también hay indicios de que en los ocho episodios restantes habrá mucho más de la magnífica Eve Best como la prima de Viserys, Rhaenys, conocida desde su frustrada ascensión al Trono de Hierro como la Reina que nunca existió y, después de todo, parece que se avecina un buen momento… Aunque con este universo ya sabemos que de un capítulo para otro, todo se puede ir al diablo en un segundo. Al tiempo.
«House of the Dragon» estrenará un capítulo nuevo cada domingo por HBO y HBOMax