Flores y el dragón de Komodo, en Indonesia

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Flores es la tercera isla que visitamos dentro del Archipiélago de Indonesia. Ubicada hacia el este de la famosísima isla de Bali, al sur de Sulawesi, más o menos al sur de Timor y bien pegadita Komodo, hábitat natural del prehistórico dragón de mordida mortal.

En un país avasallantemente musulmán, Flores alberga una población casi en su mayoría católica, herencia de los portugueses y su colonización. Portugal se hace patrón de la isla en el siglo XVI y la mantiene hasta mediados del siglo XIX cuando se la ceden a los holandeses, quienes por ese periodo ya eran dueños de prácticamente todo el resto de Indonesia.

Campos de arroz en forma de telas de araña, Isla de Flores. 📸 Marianela Leiva Echeverría

Flores tiene un café delicioso, no por los portugueses, ni por los holandeses, sino por mérito propio, y tiene habitantes locales que si uno los ve en la calle (o en cualquier parte) jamás podría pensar respondan a los tan familiares nombres de María o Luis, esto sí que es por los portugueses, al igual que el nombre de la isla y que otros resabios de habla latina que hoy se mezclan con las 6 lenguas vivas de raíz austronesia que hablan los casi 2 millones de habitantes que tiene la isla, cantidad que la deja como la décima isla más poblada de Indonesia, infinitamente menos saturada que la popular Java y menos también que Sumatra, Lombok, Bali, Borneo, Timor, Sulawesi y otras que ya no recuerdo.

Este pedacito de tierra, es vecina del Parque Nacional Komodo, Patrimonio de la Humanidad y principal atracción turística de estos lares, lo que hace que uno se encuentre con viajeros todo el tiempo, pero de una manera amable, tranquila y bastante menos neurótica que la experiencia de las zonas turísticas de Bali.

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El parque está conformado por tres islas grandes, llamadas Komodo, Rinca y Pulau Padar y también por algunos islotes de formación volcánica en donde viven unas 4,000 personas y en donde asumo, no vivirá ningún dragón de Komodo, o por lo menos no en la actualidad, ya que la mayoría de los sobrevivientes al holocausto de la modernidad, se encuentran rezagados en la isla que lleva su nombre y en Rinca.

Pulau Padar, Parque Nacional Komodo. 📸 Marianela Leiva Echeverría

El parque es grande, alcanza unos 2000 kilómetros cuadrados, entre territorio marítimo y terrestre, y evidentemente sólo se puede recorrer en barco, para ir de una isla a otra, para ir a bucear, o para hacer snorkel en cualquier espacio de las infinitas bellezas submarinas que se encuentran por acá.

Snorkel en Parque Nacional Komodo. 📸 Marianela Leiva Echeverría

Los paseos pueden ser por el día o por varios días. Nosotros, que cada día somos más fundamentalistas en nuestro rechazo absoluto a cualquier tipo de tour y que somos también unos fervientes defensores de cuidar nuestro dinero como hueso santo”, haciendo un gran esfuerzo, nos fuimos tres días de barco.

Y después de esto, puedo decir con certeza que esta experiencia ha quedado entre los top ten de todos nuestros años de viaje, junto con el buceo con delfines, tiburones y manatíes en Belice, un emocionante Festival de Hakas en Nueva Zelanda, la boda y el funeral hindú en Bali, nuestra experiencia de detectives privados con la mafia guatemalteca, viajar y vivir en nuestra hermosa campervan llamada Anicca y otros eventos que alguna vez les contaré cuando haga este top ten seriamente.

Y antes de seguir, debo decir también que hay una pequeña historia que antecede esta decisión del derroche, que al final no fue tan derroche, porque resulta que en el barco que tomamos de Bali con destino a Flores nos hicimos de unos amigos javaneses y gracias a ellos terminamos pagando un precio absolutamente local y acorde a nuestro tipo de viaje y presupuesto.

Navegando el Parque Nacional Komodo que pertenece a las Islas Menores de Sonda. 📸 Marianela Leiva Echeverría

En el barco que tomamos, que era grandísimo y que se demoró como 35 horas, éramos los únicos extranjeros, cosa que cuando pasa nos hace infinitamente felices. Debido a sus 17,000 islas Indonesia tiene un sistema de conexión mediante ferries públicos que se mueven de una isla a otra, tardándose a veces uno, dos, o muchos días, dependiendo del tramo que se viaje.

Son barcos grandes, económicos y que la población local utiliza bastante para ir de vacaciones de una isla a otra, o para desplazarse por motivos laborales, o en época de Ramadán, para visitar a sus familias que viven en alguna isla lejana (o cercana), ya sea para redimirse, para pedir perdón por algo que haya que perdonar o simplemente para entregar amor, que son algunas de las cosas que se hacen en época de Ramadán. Además de grandes, lentos y económicos también dicen que son inseguros y que de vez en cuando alguno naufraga por ahí.

En el barco, de los mensajes llegados por altoparlante sólo lográbamos entender la palabra terima kasih con la que terminaban todos los anuncios, que significa gracias en bahasa. Sobre lo demás nos enterábamos gracias a unos chicos que estaban un par de camas más allá y que nos avisaban cuando en el parlante hablaban algo importante, por ejemplo, no nos avisaban si es que hubiesen llegado a hablar del tiempo, de las condiciones climáticas, ni de cuando llamaban a rezar, aunque de eso no nos tenían que avisar porque nos dábamos cuenta solitos, gracias a las grabaciones de unos cantos musulmanes que sonaban espantosamente fuerte y desafinados, y que sonaban por lo menos dos veces al día, que no hubiera sido nada, pero que igualito a las ciudades y pueblos donde estuvimos en Java, también sonaban a las 4 de la mañana y eso ya hace que a cualquier cristiano (o ex cristiano en mi caso) se le acabe la paciencia con tales bitos bulliciosos y tan poco respetuosos del sueño ajeno.

Pero pasaba que en los tres momentos al día en que llamaban para comer, siempre que había uno de los tres amigos por ahí, o dos, o el equipo completo con los tres, nos avisaban con una señal de echarse algo a la boca, a lo que nosotros respondíamos con la misma señal, o bien, con la palabra makan que significa comida en bahasa, la cual infructuosamente tratábamos de identificar cada vez que escuchábamos un anuncio. Después de las señas, todos asentíamos y si por cualquier razón nosotros nos quedábamos sentados o nos demorábamos, ellos arremetían más efusivamente con más señas hasta que hacíamos el amague de pararnos y ahí recién se iban bien seguros de que habíamos entendido y de que no nos quedaríamos sin desayuno, almuerzo o cena, según fuera el caso.

Y después pasaba que en la fila de la cocina, cuando tocaba nuestro turno, siempre nos daban el doble de comida de la que recibían los demás de la fila, ración que consistía en doble agua, doble leche saborizada en los momentos del día que correspondía leche, la que generalmente después de disculparnos y decir terima kasih muchas veces, no aceptábamos porque a ninguno de los dos nos gustaba, o aceptábamos y las regalábamos a otros pasajeros. El plato principal a cualquier hora del día consistía en una bandeja de arroz con pollo, pescado o cualquier cosa de acompañamiento, que en nuestro caso eran siempre dos bandejas para cada uno.

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📸 Marianela Leiva Echeverría

Esta generosidad con el forastero hacía especialmente muy feliz a mi compañero y no sabemos si pensaban que las raciones debían ser entregadas según el tamaño del comensal, o simplemente si este acto era una manifestación más de esa bendita hospitalidad Indonesia, la que siempre nos ayudó tanto y nos hizo recordar a las señoras de la montaña que nos paraban en la moto para invitarnos a tomar el café s rico del mundo, o a las familias que sin pedir absolutamente nada a cambio nos invitaron a dormir a sus casas, a bodas, a funerales y a cuanto evento se nos cruzó por el camino.

Esa hospitalidad que nos alimentó y nos dio un techo en los lugares más remotos y menos esperados. Y todo siempre con tanta sonrisa y tan buena voluntad. Tanto que a veces me da escalofrío, porque uno puede ver esa misma sonrisa y simpatía en la cara de Anwar Congo y de todos sus secuaces y entonces pensar que es una característica estructural del ser Indonesio, que lo aprendieron desde chiquitito, o peor que viene con ellos ya desde siempre y así se hace tan difícil identificarlos.

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Bailarin de la ceremonia llamada Caci Dance, que es una especie de danza de combate de la comunidad Manggarai, en la Isla de Flores, realizado por 2 bailarines que bailan y luchan entre sí usando un látigo y un escudo como arma.📸 Marianela Leiva Echeverría

Como creía una amiga mexicana que había vivido en Jakarta muchos años y aprendido Bahasa, o pensaba que había aprendido, pero los indonesios no le entendían y entonces ella después de un rato trataba de odiarlos, pero no podía, porque siempre tenían pegada esa sonrisa en la cara y también pensaba que «te podrían estar matando esos hijos de la chingada con una sonrisa en la cara».

Anwar Congo es uno de los torturadores más grandes de este país, que aparece en un documental que es impresionante bueno e impactante y que todos ustedes deberían ver si no han visto aún. Anwar mató el solito a más de mil personas y se siente orgulloso de contarlo, siempre sonriendo. El documental es un tesoro para entender el proceso de uno de los tantos asesinos de este tiempo, Anwar canta, ríe y baila con una despreocupación que descompone el sistema completo de cualquier ser humano con un poco de moral.

La misma simpatía muestran los dirigentes de Pemuda Pancasila, una organización paramilitar con 3 millones de integrantes, gran responsable del genocidio indonesio, donde mataron a casi 2 millones de comunistas, en un año y del que hasta el día de hoy forman parte políticos, miembros de las fuerzas armadas, la policía y los gobiernos locales. Pero esto es harina de otro costal del que ya les contaré en otro momento.

Cuando íbamos en la hora 34 de viaje descubrimos que dos de nuestros amigos hablaban inglés y que uno hablaba harto mejor que yo y pensé en cómo uno se va acostumbrando a las señas y entregando al tarzanesco después de tantas veces de haber sido incomprendido, o de haber hecho el loco.

Aquí en este segundo barco, navegamos tres días más con los amigos del primer barco y también con cuatro amigos más, todos universitarios, todos indonesios(as), todos javaneses y todos musulmanes. Aquí ya no sólo los tres primeros, sino todos nos avisaban de cuando la comida estaba lista, y también de cuando íbamos a llegar a un lugar espectacular, como cuando fuimos a ver el vuelo de miles de murciélagos al atardecer que cruzaban de una isla a otra y nosotros casi nos lo perdemos por estar durmiendo, o de la decisiones que se tomaban (en las que al principio nos hacían partícipe y después no porque se aburrían de tener que traducirnos todo) del tipo, donde se verá el amanecer mañana o que queríamos comer.

Y aquí fuimos tan tan pero tan felices, viendo amaneceres, atardeceres, subiendo montecillos en lugares espectaculares, a veces hablando con ellos y a veces no entendiendo nada de lo que decían, viendo pececillos todo el santo día y conociendo al famoso Dragón de Komodo.

La autora de las fotos y los textos, Marianela Leiva Echeverría.

 

Por Marianela Leiva Echeverría

Dar la vuelta al mundo