Aquí lo he repetido hasta el cansancio: las mejores virtudes de Andrés Manuel López Obrador, como la perseverancia, se convierten en sus peores vicios y defectos cuando las lleva al extremo.
Esto, sumado a su enfermiza egolatría, que lo lleva a repetirse que no hay otro igual, que él es poder, el pueblo; hace lo que él considera lo mejor para sus gobernados, como si no existiera la posibilidad de estar equivocado. A eso abonan sus súbditos, su primer círculo, que no son capaces de atravesarse en su camino para decirle lo contraproducente de sus determinaciones que toma con las vísceras.
Se ha enemistado con empresarios, intelectuales, científicos, clase media, luchadores sociales y, si no tiene con quien, se inventa enemigos para que conspiren contra él.
También he dicho que López Obrador aplica aquellas tácticas, sacadas de una especie de manual de dictadores latinoamericanos, con aquello de confrontarse con el imperio Yanqui.
Así escuchamos a Hugo Chávez, al que varios de la 4T le rinden culto, y a su sucesor Nicolás Maduro, a Fidel y Raúl Castro, a Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega, Evo Morales y Pedro Castillo. Ahora el presidente los imita, pero la diferencia particular es la geografía, los tratados comerciales y los últimos dos presidentes, tanto Enrique Peña Nieto y López Obrador, quienes hicieron campaña a favor de Donald Trump. Luego el tabasqueño tuvo que ir a Estados Unidos con Biden porque ya no tenía de otra.
Aquella frase que pareció una ocurrencia, que para los del crimen habría “abrazos y no balazos”, y que luego convirtió en una política de brazos caídos, le ha provocado severas críticas a nivel mundial.
Varios de los congresistas del vecino del norte se han pronunciado sobre esa política, aunque ya sabemos la hipocresía que existe por el consumo y los millones de dólares que se mueven en un mercado negro. Ahí quedan los informes enviados por Christopher Landau, las severas críticas que lanzó en 2021 sobre la actitud pasiva del presidente López Obrador frente al crimen organizado y los cárteles que, sentenció el funcionario, controlan entre 35 y 40% del territorio mexicano.
Aquellas declaraciones calaron hondo en la 4T, pero la opinión pública ya había visto la liberación de Ovidio Guzmán en el “culiacanazo” el 17 de octubre de 2019 por el mismo presidente de la República, y luego su recaptura unos días antes de la visita de Joe Biden y Justin Trudeau a México.
También los saludos de López a la mamá de “El Chapo” y sus reiteradas visitas a Badiraguato, pero, sobre todo, las olas de violencia que se han recrudecido y que han tomado la vida de 148 mil 186 personas, en muchos casos, en enfrentamientos entre sicarios por disputas de las plazas; en otros, por derecho de piso, venganzas o, simplemente, por estar en el lugar y horas equivocadas, como el caso de los ciudadanos -cuatro estadounidenses- que, al ser “confundidos”, fueron secuestrados: dos fueron asesinados, uno más herido, y una mujer que resultó ilesa.
El trabajo del canciller Marcelo Ebrard no ha sido del todo malo. Ha logrado desactivar diferentes episodios que ha enredado su patrón. Incluso la designación del embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, les cayó de maravilla luego de Christopher Landau.
Con Salazar habían llevado una buena relación y es un constante visitante a Palacio Nacional, pero todo tiene un límite y tres asuntos están estirando la liga: la presión por la muerte de los estadounidenses, la declaratoria que busca convertir a los narcos en terroristas para que Estados Unidos pueda ingresar a nuestro territorio, y la politización por la campaña que viene de aquel lado de la frontera…
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El discurso de Ken Salazar ya cambió y pide actuar contra los cárteles de la droga, así López Obrador les hace el juego y les pavimenta el camino a los estadounidenses. Pero no confunda, no es culpa de los medios que dan cobertura a los hechos, ni de los editoriales ni de los conservadores. Se trata de su responsabilidad, ¿a poco no es usted el presidente?… pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.