Hace algo así como 45 años, el Partido Revolucionario Institucional se volvió partido observador de la Internacional Socialista, en donde coincidían los partidos Socialdemocratas, laboristas y socialistas.
Yo colaboraba en ese entonces con la revista Debate intelectual (DI) y me encargaron entrevistar al presidente del PRI, don Carlos Sansores Perez, quien me respondió con agudeza que su partido sólo era observador, ya que el PRI tenía su propia ideología, que era el de la Revolución Mexicana. Dijo que no era igual a ningún otro partido, ya que era fruto de nuestra experiencia histórica y que sólo eran observadores de la Internacional porque los invitaron.
Cabe decir que quienes simpatizábamos desde entonces con la socialdemocracia sentimos alivio, porque no compartíamos la idea de que ese modo de gobernar era la socialdemocracia. El PRI destacaba por su autoritarismo y en ese entonces eran recientes los acontecimientos del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971.
Hoy en día la respuesta es más o menos la misma indefinición de las políticas públicas. Entender la lógica de las acciones de gobierno no resulta fácil, entre las palabras de cada mañana y las noticias de la tarde, hay un vacío de congruencia.
Cómo podemos tener certidumbre con el actual gobierno si la petición de diálogo nos convierte en conservadores. Si solicitar un acuerdo entre el SUTNOTIMEX y el gobierno federal nos hace conservadores. Si considerar que antes de intentar desaparecer el INE hay que hacer un diagnóstico profundo que nos permita encontrar el modo de hacer valer la voluntad de los electores con menos costo sin finiquitar una entidad autónoma, nos hace conservadores.
Cuando entendemos que debilitar los Órganos Públicos Políticos Electorales (OPPLES) es un acto centralista y, por lo tanto, esta sí es una actitud conservadora. La política es proponer un proyecto de vida colectiva que nos indique cómo nos relacionamos, bajo qué valores nos entendemos, y qué objetivo tienen los actos públicos.
Necesitamos ponerle nombre a lo que se está haciendo y dejar muy claro qué objetivos se persiguen a corto y mediano plazo. Pero, como en los viejos tiempos, el gobierno federal recurre a una concepción local que emana del pasado histórico y no se atreve a romper con posiciones añejas.
El modelo presidencial sigue siendo un caudillismo muy concentrado que nos hace depender de las condiciones de humor de una persona. Las prácticas clientelares siguen siendo el control sobre grupos que por necesidad se afilian a partidos políticos. Siguen vigentes desde hace casi 100 años y últimamente se han ido acrecentando.
Y la pregunta sigue estando en el aire: ¿cómo se llama este estilo de gobernar? La necesidad de nombrar de alguna manera estas acciones más que las convicciones, han dado lugar a que el señor presidente le llame humanismo, y el chovinismo conservador da lugar a que se le mencione como Humanismo Mexicano.
El humanismo es un concepto que pone al centro la dignidad humana, pero asistir a reuniones sin convicción, obligados por necesidad, no es digno. Afiliarte a un partido político y dejar que las encuestas exógenas decidan por ti quiénes serán los candidatos de tu partido no impulsa la dignidad.
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La democracia es un vínculo con la meritocracia: quien merece una distinción es quien hace méritos para mejorar su contorno. Si la decisión fundamental de proponer candidaturas del partido al resto de la sociedad, las toman quienes no militan, no hay democracia interna y, por lo tanto, no hay calidad moral para impulsarla.
El humanismo desde estas condiciones es una muletilla verbal, es una palabra sin definición.
Humanismo es que todos amanezcamos bajo un techo amable, en condiciones saludables, con certeza jurídica, acceso al conocimiento, libres de la violencia, con poder adquisitivo para obtener algo más de lo estrictamente necesario, con tranquilidad para la vejez, con atención para la infancia y algo fundamental en términos democráticos: ser tomados en cuenta para que nuestra voluntad esté presente en las políticas públicas desde nuestras perspectivas.