La mirada amable y el carácter siempre gentil de Robert Bloch (Chicago, 1917-Los Ángeles, 1994) nunca concordaron con las perversas y retorcidas historias que su mente produjo. Divertido y pacífico, el escritor estadounidense siempre mostró en sus relatos el lado más oscuro del ser humano y su predilección por la violencia.
Así lo hizo en prácticamente toda su obra, hasta el día de su muerte, ocurrida hace 28 años, el 23 de septiembre de 1994, luego de una prolongada lucha contra el cáncer. Injustamente reconocido como “el autor de Psycho” -que fue adaptada al cine por Alfred Hitchcock en 1960-, Bloch muestra una continuidad muy clara en sus novelas: la utilización del psicópata asesino como protagonista de sus relatos.
A través de ellos es que surgen actos netamente violentos, sin ningún móvil aparente, que por supuesto no eran exclusivos de la ficción. Alguna vez señaló el mismo Bloch: “La violencia masiva de la Segunda Guerra Mundial me condujo a examinar la violencia y sus fuentes a nivel individual”.
Así se observa en The Scarf (1947), su primera novela, en la que narra la historia de un frío asesino. Sobre esta obra -escrita en primera persona- existe la anécdota de que, en uno de los capítulos, el protagonista tiene una “fantasía sádica”: imagina lo que sentiría si subiera con su rifle a la terraza de un edificio y comenzara a disparar contra la gente al azar.
Los editores insistían en que había que eliminar esa parte por ser totalmente inverosímil. Por desgracia estaban equivocados. El personaje resultó ser más real de lo que nadie hubiera deseado. Años después, apuntó Bloch: “Hoy, yo soy quien ha reído al último, aunque mi risa no sea precisamente de alegría”.
En 1967 escribió: “Tras veinte años, he revisado naturalmente el libro para poner al día algunas expresiones y referencias. Pero mi protagonista no ha necesitado ningún cambio; el paso del tiempo ha hecho el trabajo por mí. Hace veinte años lo describí como un monstruo y hoy surge como un antihéroe.
“Porque la violencia vive hoy por sí misma; la violencia que yo he examinado, y a veces proyectado y predicho, se ha convertido en una realidad aceptada y común. Para mí, eso es mucho más terrible que cualquier otra cosa que pueda imaginar”.
El escritor mexicano José Luis Zárate, autor del libro de ensayos En el principio fue la sangre, abunda al respecto: “Tal vez Robert Bloch no sea muy conocido, pero sí es increíblemente influyente, porque presentó por primera vez al psicópata como personaje principal. Se adelantó al gran amor que ahora le tiene la literatura estadounidense a la psicopatía”.
Bloch prosiguió con esos temas en las novelas Spiderweb (1954), The Kidnapper (1954), The Will to Kill (1954), Shooting Star (1958) y, por supuesto, en la famosa Psycho (1959).
“Es muy interesante el hecho de que sus personajes psicópatas nunca se preguntan cuál es su rol dentro de la sociedad. No se dan cuenta de nada; incluso se extrañan de que las personas no quieran que sigan matando. En este sentido, Psycho fue un parte aguas en cuanto a su nueva concepción del mal”, comenta Zárate.
El personaje de Norman Bates está inspirado en el asesino de Wisconsin, Ed Gein, quien tenía una doble vida: por un lado, era un joven tímido y cobarde, y por otro, un asesino cruel y despiadado que creó un laboratorio para cambiarse el sexo.
En su afán por ser mujer, comenzó a “vestirse” con la piel de cadáveres femeninos, que desenterraba en los panteones, mientras que con el resto de los cuerpos realizó algunas curiosidades: lámparas con pies, sillones con brazos, artesanías y ¡hasta bocadillos! Cuando fue descubierto, la policía describió la escena como grotesca.

El origen de todo
Para ese entonces, Bloch era toda una leyenda viva dentro del selecto grupo de escritores como Fredric Brown, Ray Bradbury y Henry Kuttner quienes, al igual que él, se movían exitosamente entre el género negro, el terror y la ciencia ficción.
Muestra de ello son los tres libros de cuento que había publicado por esos años: The opener of the way, Sea Kissed y Terror in the Night. El primer relato que publicó en su prolífica carrera fue “Lilies”, en 1934, para la revista amateur Marvel Tales, pero su primer relato como profesional fue “The Feast in the Abbey”, que apareció en la edición de enero de 1935 de la prestigiosa Weird Tales, en la que escribía H. P. Lovecraft.
Fue en esos años justamente cuando Bloch comenzó a intercambiar correspondencia con Lovecraft, con quien llegó a tener una muy buena amistad. Luego de un tiempo, con apenas 17 años, ingresó al llamado Círculo de Lovecraft, al lado de maestros como Robert Howard, C.L. Moore, Clark Ashton Smith, Frank Belknap Long, Donald Wandrei, Henry Cuttner y Arthur Machen.
Bloch siempre consideró a Lovecraft como la persona que le ayudó a convertirse en escritor. “Él lo hizo posible, y nunca le he dejado de estar agradecido”.
Según recuerda Bloch, de niño se alejó de los juegos y los amigos que gustaban de practicar el boxeo, el futbol o la lucha, (“formas de violencia aceptadas por los adultos”) para resguardarse en la lectura, el dibujo, el teatro y, sobre todo, el cine.
“La versión muda de El Fantasma de la Ópera, con Lon Chaney, me aterrorizó a los ocho años de tal forma que me escondía debajo de la cama o en el armario; sin embargo, una parte de mí era lo suficientemente objetiva como para descubrir una fascinación en esta demostración del poder de la simulación. Fue entonces cuando empecé a leer ávidamente relatos de violencia imaginaria”.
Los restos de Bloch -quien escribió una veintena de novelas y más de 200 cuentos, además de su autobiografía que publicó en 1993- permanecen en el Westwood Village Memorial Park Cemetery de Los Ángeles, California.
“Yo maté a H.P. Lovecraft”
En 1935, Robert Bloch, con sus primeros cuentos publicados en Weird Tales, cometió la osadía de asesinar al mismísimo H. P. Lovecraft. El crimen ocurrió dentro del cuento “The Shambler from de stars”. En él, un místico de Providence, en clara referencia a la figura de Lovecraft, muere al recitar imprudentemente un pasaje del libro De Vermis Mysteriis.
Por supuesto, antes de llevar a cabo semejante empresa le solicitó permiso a Lovecraft para asesinarlo. La idea fue bien recibida: “Certifico que Robert Bloch queda plenamente autorizado para retratar, matar, aniquilar, desintegrar, transfigurar, metaformosear o bien maltratar al abajo firmante en el cuento The Shambler from the stars”, escribió Lovecraft.
También lee: La dignidad es lo primero por lo que debemos luchar: Jesús Villaseca
Desde luego, ahí no acabó todo. Posteriormente, Lovecraft mató a Bloch en el cuento «The Haunter of the dark». El personaje que hace referencia a Bloch aparece bajo el nombre de Robert Blake y muere tras el ataque de una criatura sobrenatural. El juego macabro se cerró con un tercer relato de Bloch en el que aparece Lovecraft narrando la muerte de su amigo, un tal Robert Blake.