Estoy vivo gracias a la literatura: Benito Taibo

Estoy vivo gracias a la literatura: Benito Taibo
El autor durante la entrevista. Crédito: Juan Carlos Aguilar

Benito Taibo (1960) es un torbellino: va, viene, platica, da entrevistas, y siempre sonríe de buena gana cada que le piden una fotografía. Una especie de rockstar de las letras que ha logrado convertirse en un éxito de ventas con su libro Persona normal (Planeta), publicado originalmente hace diez años, y del que ahora se acaba de presentar una edición conmemorativa en pasta dura.

Lo de bestseller, dice, le da igual. Asegura que lo suyo es crear lectores y compartir con ellos su experiencia con la literatura, esa que le ha salvado tantas veces la vida.

Benito, actual director general de Radio UNAM, entró en contacto con las letras desde su primera infancia: en cada rincón de la casa de sus padres había libros y era común que se recitaran versos completos de poetas españoles durante la comida. De hecho, una de las dedicatorias del libro es para Maricarmen Mahojo, su madre.

Como lector, primero leyó a Doyle, Verne y Salgari; luego a Dickens y Dostoyevski. Después se encontró de frente con los poetas de la Generación del 27, lo que significó una revelación. “Son autores a los que vuelvo una y otra vez; mi preferido es Cernuda”, dice.

No pasaron muchos años para que, como lector, diera el salto al vacío para convertirse en escritor, y así poder contar sus propias historias. En entrevista, realizada en el marco de la 42 Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO), cuenta algunas de sus aventuras con la lectura y la conexión que ha logrado tener con el público adolescente.

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– ¿Cómo fueron tus primeros acercamientos con la literatura?

Yo estuve a punto de odiar los libros porque me obligaban a leerlos. A los 12 años leí la Ilíada, la Odisea, y el Cantar de Mío Cid en castellano antiguo, y dije: “Nunca más, esto no es para mí”. Afortunadamente enfermé de hepatitis y estuve mes y medio en cama. Mes y medio en que mi padre me fue poniendo, sin premeditación ni alevosía ni ventaja, esos libros que él consideraba podrían transformarme. Y así fue como me hice lector.

Lo primero que leí fue El sabueso de los Baskerville de Arthur Conan Doyle y de ahí Verne, Salgari, pero también Dickens, Dostoyevski. La biblioteca familiar contenía al siglo XIX, los rusos, los ingleses, los españoles, la poesía del Siglo de Oro. Luego, gracias a la biblioteca de mi hermano, a los 16 o 17 años, comienzo a leer novelas policiacas y de ciencia ficción. Esa es mi historia de lector.

Luego empiezo por mí mismo a encontrar mi camino. Cae en mis manos un ejemplar de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, el boom latinoamericano, Vargas Llosa, Fuentes…

-Y Cortázar, desde luego…

-Una de mis frases favoritas es: los jóvenes deben leer lo que se les de su chingada gana, pero estoy convencido que, lean por donde lean, empiecen por donde empiecen, todos los caminos conducen a Julio Cortázar; siempre digo eso. Pero escucha esto: junto con la novela del boom latinoamericano, empecé a leer la novela de las dictaduras: pienso en Alejo Carpentier (El recurso del método), Roa Bastos (Yo el Supremo) … y de ahí me seguí.

¿Qué hace uno cuando se convierte en un lector? Primero, empiezas a contar lo que lees asombrado y maravillado, a los otros, a los que están cerca. Y segundo: te juntas con otros tan raros como tú mismo. Y eso hice: me junté con otros tan raros como yo e hicimos un club de lectura.

A los 14 años llegué con mi padre y le dije: “Quiero ser lector”. Y me dijo: “De eso no se puede vivir”. Dije: “¡Chin! Okey. Quiero ser escritor”. Su respuesta fue la misma: “De eso tampoco se puede vivir”. Y, sin embargo, es lo único que soy: soy un lector que un día se atrevió a dar el salto al vacío: a escribir.

Cuando te cuentan tantas historias, cuando te reflejas en la otredad, cuando miras a esos personajes que son tú mismo con vestido, con falda, o con la piel de Moby Dick, acabas diciendo: “Yo también tengo historias que contar”. Ese es un proceso natural: un lector acaba por fuerza viéndose frente a un papel para contar sus propias historias.

– ¿Qué tanto sufres el proceso de escritura?

-No lo sufro en absoluto. ¿Y sabes por qué no lo sufro? Porque provengo del periodismo; como el periodismo es mi oficio, sé que me tengo que sentar y que hay un tiempo determinado para entregar eso que está ahí al frente. Por lo tanto, empiezo a emborronar páginas.

José Emilio Pacheco, que fue mi gran maestro, una vez me dijo: “Benito, lo que tienes que tener es un gran lápiz, uno muy grande, que de un lado esté muy afilado, y que del otro tenga una gran goma de borrar”. Entonces escribes un montón y vuelves a sacarle punta y sigues escribiendo, y luego vas borrando y borrando y borrando… de eso se trata, de ni más ni menos que un oficio.

Los que empiezan a escribir tienden a usar palabras rebuscadas, a intentar imitar aquellos a los que admiran, y finalmente lo que vas encontrando es tu tono, tu lenguaje, tu manera de contar las cosas, y para eso sirve la goma.

-Con tu antecedente como periodista, pareciera que no fue para ti una sorpresa que conectaras con un público adolescente que te lee a raudales, y que se refleja en el éxito de ventas que ha tenido el libro.

-Sobre todo en los lectores. No estoy aquí para vender libros. No vivo de la literatura, sino que estoy vivo gracias a la literatura. La literatura me ha salvado la vida una y otra y otra vez y lo sigo agradeciendo.

Persona normal es mi manera personalísima de decirle a la literatura: gracias por haberme salvado la vida tantas veces, porque descubrí en ella encrucijadas, caminos, puentes, y logré sentir con otra piel, mirar con otros ojos, y escuchar con otros oídos. También descubrí que la poesía, ese alambique de las palabras que se destilan para luego encontrar la precisa, sirven también para ligar.

Ese fue el gran descubrimiento a mis 16, que yo decía al oído de una chica un poema de Rafael Alberti o de Jaime Sabines y, si me apuras, hasta de Mario Benedetti, y funcionaba. El embrujo de las palabras genera empatía y amor, sin duda.

-Pero entonces, ¿cómo has logrado conectar con el público adolescente?

-Me quito la piel ajada de los 62 años que tengo, y les hablo desde mis 16. Les hablo a los ojos, y no los trato como adultos pequeños o como idiotas, ni les doy clase, ni intento que aprendan nada. Solamente cuento mi experiencia de lectura, y a partir de esa experiencia otros encuentran un camino, una forma, un asidero, para empezar su propio camino.

– ¿Persona normal llegó demasiado tarde o es algo en lo que no piensas?

-No me preocupa. Escribo periodismo desde los 16 años; no he dejado de hacerlo nunca. También escribo poesía. De hecho, en la Feria del Libro de Oaxaca se estrenó mi antología de poesía. Se trata de una antología de mis siete libros de poesía que ya no existen. Se llama Pasar inadvertido y reúne 30 años de escritura.

– ¿Cómo encontraste aquellos poemas que escribiste hace más de 30 años?

– Algunos los encontré viejos; otros, cursis.

– ¿Les hiciste correcciones o los dejaste así?

-Algunos los corregí, pero muchos otros los dejé así, porque el que los escribió vendría a reclamarme si se los cambio. Ese chavo de 18 años que pensaba y decía eso, puede venir a decirme: “Oye, no seas un cabrón. Esto fue lo que sentías, no te hagas güey”. Es una manera de atrever a verme en ese espejo del que fui, que sentía esas cosas que sentía y que las contaba como las contaba.

-Dice tu hermano, Paco Ignacio Taibo II, que el mejor lugar que tiene para acomodar sus libros de poesía es afuera del baño, porque es una buena manera de leer poemas todos los días. ¿Tú dónde los tienes?  

-No, yo los tengo en un lugar especial de mi biblioteca. Muchos de esos libros están firmados por poetas que hoy ya no están con nosotros y para mí son un tesoro. Y te digo algo, sólo yo y mi mujer sabemos más o menos donde están las cosas.

– ¿Has pensado qué hacer con tu biblioteca?

-Algún día será donada al pueblo, sin ningún afán de ganar nada, con el sólo deseo que otros lean lo que a mí me cambió la vida.

– ¿Actualmente que estás leyendo?

– Acabo de terminar Soy una tonta por quererte de Camila Sosa Villada, que es una joya, y en el avión empecé a leer La armada invencible de Antonio Ortuño, espectacular.

-Por último, ¿qué libro es tu gran clásico, al que regresas una y otra vez? Digamos, la joya de la corona.

-Siempre regreso a la Generación del 27: Rafael Alberti, Pedro Salinas, Luis Cernuda, que es el mejor de todos, para mi gusto: “Quizá mis lentos ojos no verán más el sur”. Pero también Pedro Garfias, que decía unas prosas espectaculares: “Paso desacompasado, caminos que no conozco, dejadme morir un poco”.

Por supuesto Miguel Hernández con: “La cebolla es escarcha, cerrada y pobre, escarcha de tus días, y de mis noches”.

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La poesía entra por el oído y esa poesía entró en mis oídos en casa de mis padres, porque ellos la sabían de memoria y se recitaba a la hora de la comida. Y sigue reverberándome en el oído y saliendo justo en el momento que lo necesito para cambiar en ese instante mi destino.

Benito Taibo termina la charla porque debe atender a su público, que ya lo espera ansioso. Un rockstar, decíamos…

Luis Cernuda, poeta predilecto de Benito Taibo.
Luis Cernuda, poeta predilecto de Benito Taibo.