La madrugada del 8 de octubre de 2007, un grupo de reporteros policiacos se enteró de los terribles crímenes cometidos por un peligroso psicópata. Se sabía poco: de entrada, que había asesinado a su novia y que la había descuartizado. Poco después se sumaría otro ingrediente tétrico que le daría a esta historia un carácter singular: el asesino cocinó algunas partes del cuerpo y las devoró a medio masticar.
Justo una imagen del reportero gráfico Marcos Hernández, tomada en la cocina del asesino, muestra un sartén con carne humana. Lo macabro plasmado en una fotografía. La prensa, presurosa, sedienta de una historia interesante que contar, ávidos por pasar a la historia del periodismo policiaco, al menos por un día, no dudaron en bautizar el caso de múltiples formas: “el Caníbal de la Guerrero”, “el Caníbal Poeta”, o “el Caníbal Seductor”, esto debido a que antes de asesinarlas les leía poemas de su inspiración.
El asesino: José Luis Calva Zepeda. Su delito: hundirse en las turbias aguas de su mente y atender a aquellas vocecitas cargadas de rencor, melancolía, tristeza, frustración y miedo, mucho miedo.
Profundamente violento, obsesivo, con falta de empatía y cualquier tipo de remordimiento, Calva Zepeda tenía además una personalidad egocéntrica y narcisista. Aseguraba haber escrito diez novelas, ocho obras de teatro y 800 poemas, los cuales leía a mujeres que se encontraba en Coyoacán o la Alameda Central, para conquistarlas. La literatura como anzuelo para conseguir a sus víctimas.
El caso dio mucho de qué hablar. Medios electrónicos e impresos dedicaron varias semanas al caso que tenía estupefacta a la sociedad mexicana. Muchas fueron las páginas que se escribieron sobre estos hechos. Se realizó incluso una película. También se han publicado al menos dos libros en los que se retoma su caso: Asesinos seriales mexicanos (Ediciones B) del especialista Ricardo Ham, y El caníbal de la Guerrero y otros demonios de la ciudad (Debolsillo), del periodista Marcos Hernández Valerio.
En el caso del segundo libro, se trata de un recuento de este sorprende caso policíaco, desde el momento en que se dio a conocer el crimen, hasta el suicidio del asesino. En total, Hernández dedica 80 páginas a este crimen en las que nos relata con lujo de detalles qué es lo que ocurría en la Procuraduría del Distrito Federal, así como con los reporteros que estaban urgidos de información oficial. Una bomba que explotó en los televisores.
Galería criminal
Pero esto es apenas una parte del libro. Valerio nos relata también otros 34 casos divididos en cuatros capítulos, uno por delito: Crímenes pasionales, golpes/vejaciones, agresiones sexuales y secuestros. Un quinto capítulo está dedicado a los servidores públicos de los Ministerios Públicos.
Se trata de una galería criminal en la que la voz la tiene el rencor, los celos, la ambición o una profunda melancolía. Hay de todo. Desde el hijo karateca que golpeó a su madre, hasta el adolescente que en un arranque de locura descuartizó e incineró a sus padres. Y en medio de estos dos terribles ejemplos otros peores: la madre que por unos cuantos pesos prostituía a su hija o el gerente de una tienda de electrodomésticos que abusó sexualmente de edecanes menores de edad.
Para Valerio –como ha señalado en varias entrevistas– todos estos crímenes, vejaciones y demás conductas violentas “tienen su origen en la pérdida de valores”. Ha afirmado también que su libro tiene como objetivo que la gente reflexione al respecto.
En la introducción del libro, Valerio escribe: “Están en todos lados: en la calle, en el trabajo, en la escuela, incluso en tu casa puede haber alguno. El detonante de los demonios son los celos, el abandono, la soledad, la miseria, la avaricia, el desempleo, así como la falta de oportunidades.
Los criminalistas también culpan de estas conductas delictivas a los propios padres, toda vez que, con su indiferencia, desamor y hasta maltrato despojan a sus hijos de todo buen sentimiento, despertándoles sus bajos instintos, deshumanizándolos, y son ellos, los progenitores, quienes los llevan a cometer los más grandes delitos. (…) Se apoderan de seres carentes de principios, afectos y sentimientos, y de enfermos mentales”.
Última esperanza
Todo lo anterior, justamente, fue el caldo de cultivo para que un tipo como José Luis Calva Zepeda –quien se decía dramaturgo, novelista, poeta, periodista, cantante, sanador e iluminado por Dios, además de ser amante de la zoofilia, la pornografía y la violencia– cometiera por lo menos dos crímenes: los cometidos contra su pareja Alejandra Galeana y una tal Verónica, ambas sus parejas sentimentales.
En uno de sus últimos escritos, dirigido a Alejandra, se hace evidente el desamor que lo tenía agobiado:
“Estoy resuelto a irme, no soporto más el peso de mi desgracia. Intenté perderme en el falso camino y sólo conseguí hundirme más. El desamor me mata y no puedo más; sólo pido que se conserven mis letras, ya que es lo único bueno que he hecho en la vida. No quiero escribir más. Me voy y perdón por el dolor tan grande que les causo. Díganle a Alejandra que fue mi última esperanza en el amor”.
En un escrito más, redactado en prisión, le escribe a su madre, a quien siempre quiso agradarle, algo que nunca consiguió. De hecho, nunca lo visitó en prisión y jamás deseó hablar de su hijo:
“Mamá, ¿en dónde estás?, ¿acaso no soy tu hijo?, ¿no me cargaste en tu vientre nueve meses?, ¿por qué te olvidaste de mí?, ¿por qué te olvidaste de mí hace muchos años? Yo nunca te juzgué por actuar, hoy tampoco lo hago. Sin embargo, dime, ¿por qué te olvidaste de mí?, ¿es acaso tan vergonzoso tener un hijo como yo?
Calva Zepeda, pues, fue víctima y victimario. La falta de amor y los maltratos de su madre jugaron un papel importante en su historia criminal. El 22 de diciembre de 2007 fue encontrado en su celda colgado y estrangulado con su propio cinturón. Según las autoridades del reclusorio, el cuerpo no mostraba señales de violencia, aunque sí restos de consumo de cocaína.
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Sólo queda una pregunta sin resolver: ¿Por qué practicaba el canibalismo? Los especialistas señalaron que lo hacía como un acto de poder y de absorber la cualidad de la mujer, para tenerla dentro de sí para que nunca lo pudiera abandonar.