Todos podemos ser viles y mostrar lo peor de la sociedad: Esquinca

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A pocos días de cumplirse 16 años de la captura de la asesina en serie Juana Barraza Samperio, La Mataviejitas, ocurrida el 25 de enero de 2006, aún hay muchas incógnitas en torno a este ominoso episodio de la historia criminal de nuestro país.

Los asesinatos se aclararon, pero no muchas interrogantes, que hasta la fecha siguen sin respuesta.

Información inconexa y declaraciones que no encajaban en ningún lado, fueron la constante en este caso, donde la realidad, aceptémoslo de una vez, ya no tiene mucho que decir. ¿Qué queda? La ficción. Tratar de articular un relato más coherente a partir de lo que hay: testimonios, entrevistas, reportajes, algunos videos…

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Ese fue el propósito del escritor Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972), quien se sumergió en el sórdido mundo de La Mataviejitas, como la bautizó la prensa, para tejer con su imaginación, aunque siempre anclado en la realidad, una historia ya sin enigmas ni secretos. El resultado: Asesina íntima, novela que recientemente publicó el sello Almadía.

Fue un viaje profundo pero veloz. Seis meses en los que Esquinca releyó (y escribió) sobre los tres años de crímenes, de 2003 a 2006, que pusieron de cabeza a las autoridades policiacas y judiciales. Su afán fue concebir esa pieza faltante de este tétrico rompecabezas.

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En esos tres años, supimos después, Juana Barraza asesinó a mujeres solitarias de entre 68 y 92 años de edad. Mató con más frecuencia los días miércoles y utilizó medias elásticas, cordones para cortinas, ropa interior y hasta la manguera de un estetoscopio para asfixiarlas.

Un caso inédito en México por tratarse de la primera mujer en alcanzar la categoría de asesina en serie.

Aunque los crímenes se contaron por decenas, a Juana Barraza, La Mataviejitas, oficialmente se le acusó de 16 asesinatos y 12 robos. Actualmente se encuentra recluida en el penal femenil de Santa Martha Acatitla; su sentencia sumó 700 años 59 días, pero en México la pena máxima es de 50 años. Nunca ha reconocido ninguno de los asesinatos.

Sobre esta historia sórdida y decadente, violenta e ilegal, en la que no hay inocentes, reflexiona Bernardo Esquinca en esta entrevista.

¿Cómo surge la idea de novelizar este trágico episodio? 

Fue un proyecto que me comisionó Storytel, plataforma de audiolibros que también tiene series originales. Aránzazu Núñez, la editora, me buscó y me pidió que hiciera un true crime que hubiera ocurrido en México. Le propuse cinco temas, incluyendo el caso de La Mataviejitas, y ella, con su buen olfato, me dijo: “Vamos por aquí, esto puede ser muy interesante”. Me dio total libertad para ejecutarlo.

El proyecto lo escribí en 2019 y me llevó unos seis meses de trabajo. Hubo una investigación de mi parte, sobre todo para entender los sucesos principales de esta historia tan compleja. En este proceso, Aránzazu y yo nos dimos cuenta que la información disponible no daba tanto como para completar los diez episodios que necesitábamos; tenía que ficcionar, pero desde luego a partir del caso real y respetando cuestiones importantes. Había muchos huecos que la realidad y las noticias disponibles no rellenaban, y ahí entraba la literatura para ficcionar y completar toda esa parte.

Además, a mí no me interesaba hacer un texto documental, sino, a partir del hecho real, realizar un trabajo de la imaginación y profundizar en las motivaciones de algunos personajes; ir mucho por el lado psicológico, esa fue la apuesta. Hay muchos personajes que yo inventé, pero que tienen una lógica que puede ser muy cercana a la realidad en su relación con La Mataviejitas. 

¿Qué tan difícil fue para ti imaginar un hecho que ya resultaba demasiado estrambótico, demasiado irreal?

El caso en sí mismo parece bastante de ficción, salido de una novela y no al revés. La primera asesina en serie en México, que además era luchadora; ese ingrediente lo hace delirante. Y luego tenemos que su historia de vida es terrible. El caso es demasiado singular.

Entonces lo que hice fue abordar el tema con dos estrategias muy claras. La primera es que tenía que contar la historia con humor negro; si lo hacía de manera seria, con toda su crudeza, sería insoportable. Honrando a la nota roja, en la cual me baso y que es una fuente permanente a la que acudo en mis cuentos y novelas, elegí el humor negro pues es la única manera de lidiar con algo así.

La segunda es que no quería competir con la realidad de este país. Cualquier escritor que pretenda hacerlo va a perder a patadas. La realidad siempre supera a la ficción, por mucho. Es delirante todo lo que ocurre y en el ámbito de la nota roja ni se diga.

Por eso me propuse hacer un trabajo de la imaginación, para poner en juego mi propia imaginería, mis propias referencias, mis propios delirios. Jugué a tomar cosas que sí ocurrieron, que se saben muy en la superficie, y las llevé a un plano de delirio, siempre en un espíritu que concordara con la historia real, pero también con el espíritu de lo que sucede en México.

Todos los personajes que hay en el libro y los ambientes donde se desenvuelven son profundamente decadentes: los policías, el editor policíaco, la asesina, que en tu libro nombras Chana Barrera. ¿Cómo fue para ti narrar esos ambientes sórdidos y solitarios? 

Desde niño me he sentido atraído por lo macabro y lo siniestro, por el morbo. Y una vez que comencé a construir mi obra literaria, mi vocación ha sido explorar justamente ese lado oscuro. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio de entender la parte oscura que tenemos como sociedad, como individuos. Ahí hay claves importantes para entender porqué nos comportamos como nos comportamos; he tenido esa vocación de explorador del abismo.

En este caso se trata de una historia muy sórdida. Y esto, como tú bien dices, permea a todos los personajes. La historia de La Mataviejitas, su historia de vida, es muy fuerte, bastante cruda y trágica. Pero lo que también quería exponer es que nadie es inocente. 

A veces nos gusta pensar que estos monstruos se dan por generación espontánea, cuando en realidad son producto de la sociedad en la que vivimos. Todos somos en parte responsables por estos monstruos que se generan por la injusticia social, la pobreza, la corrupción, las instituciones en decadencia, en fin, por el Estado fallido, la justicia fallida, muchas cosas que ya sabemos.

Todos tenemos nuestra parte de ojetez, de maldad. Cuando aparece un monstruo, todos lo juzgamos; sin embargo, todos somos capaces de cometer actos viles: sí, está La Mataviejitas, que hizo cosas terribles por las que está justamente pagando su condena, pero nadie es inocente y todos podemos mostrar también lo peor de la sociedad. Como dice la Biblia: “el que esté libre de culpa, que arroje la primera piedra”.

Uno de los personajes, el editor policiaco, dice: “El país se ha ido convirtiendo en una gran nota roja, en una novela sin ficción”. Un horror. Aunque tal vez el verdadero horror es que ya no hay horror… 

La historia de México siempre ha estado estrechamente ligada a hechos violentos, desde la fundación de la Ciudad de México, con la Conquista, y después durante tantos años turbulentos: la Independencia, la Guerra de Reforma, la Revolución, por mencionar algunos hechos vitales en nuestra historia, hasta llegar a la actualidad, con el crimen organizado, que se ha apoderado casi del país.

Vivimos una historia y un proceso muy relacionados con la sangre hasta llegar a estas exhibiciones de poder del narco: hieleras con cabezas arrojadas a lugares públicos; cuerpos ejecutados colgando de los puentes. ¿Cómo lidiamos con esto a nivel psicológico? Porque evidentemente todo esto nos afecta, seamos o no víctimas de esta violencia.

Hemos normalizado esto, incluso los periódicos y noticieros que no son de nota roja, ¡son de nota roja y de una manera ni tan disimulada! Si tú entras a cualquier changarrito de comida corrida, están los noticieros y todo lo que ponen es eso: “Una persona se colgó de un árbol en un parque”, “tremendo choque de trenes”.

Parecería que nada nos sorprende con todas las cosas que pasan en este país. Pero justo la apuesta del libro, es decir: “Momento, hagamos una pequeña pausa en esta vorágine de nota roja”. Yo, como escritor, intento llegar a la raíz de esta violencia para explicarla y entenderla.

Porque siempre hay un crimen atroz, pero al día siguiente hay otro que lo borra; es como un palimpsesto atroz. La apuesta es hacer una pausa y que mediante la literatura reflexionemos sobre esta violencia; normalizarla sería lo peor que nos podría pasar.  

¿Cuál es tu opinión del actuar de los medios de comunicación en el caso específico de La Mataviejitas?

Como ocurre con todo gran suceso mediático, sangriento y trágico, los medios especializados en nota roja, pero también los medios en general, dieron una enorme cobertura porque ya sabemos que el morbo vende, pero también porque era un suceso que estaba en boca de todo el mundo. Estaban muriendo las abuelitas y las autoridades parecían incapaces de detener al culpable.

No estoy culpando a los medios: ellos hacen su chamba al igual que la sociedad y esto provocó que las autoridades, que de por sí estaban rebasadas, se vieran muy presionadas. Por eso comenzaron a ocurrir estas detenciones bastante arbitrarias para encontrar falsos culpables, para taparle el ojo al macho, cuando en realidad estaban arruinándole la vida a personas que no la debían ni la temían con este caso.

Es un tema complejo, de muchas aristas. Sí hay una explotación del tema y la gente es feliz de que así sea. Por eso digo que nadie es inocente. Atraparon a La Mataviejitas, contaron su historia, exprimieron todo, y luego pasó de moda. ¿Ahora cuál es el siguiente tema? La prensa hace lo que le conviene, una presión mediática y explota el tema, a veces inventa, a veces exagera; las autoridades se dejan presionar y la gente contenta con todo este espectáculo. 

Al final del libro, en su monólogo, Chana Barrera dice: “Soy un espectáculo para la gente, en realidad no le importo a nadie”.

Ese mismo espectáculo pasó con Los narcosatánicos, donde hubo una cosa mediática exagerada. Para empezar, había un mal entendido: no eran narcosatánicos, eran santeros, pero ¿qué vende más? Vas a decir: ¿atraparon a unos santeros o atraparon a unos adoradores del diablo? 

Los encabezados decían: “Adoradores del diablo”, “¡Comen bebés!”, cosas que ya parecían de película, por eso el cineasta Álex de la Iglesia hizo Perdita Durango (1997), que tiene que ver con Sara Aldrete y José de Jesús Constanzo. 

¿Cuál fue tu relación con la revista Alarma!, que en tu libro se evoca bajo el nombre de Alarido!?  

Mi relación con Alarma! fue a través de su director, Miguel Ángel Rodríguez. Era un buen editor, que tenía interés de que en la revista hubiera, además de mucha sangre, algo de cultura. Tenía una sección de libros e incluso reseñó algunos de los míos.

Y a nivel personal, Alarma! es una publicación que conozco porque la nota roja ha sido parte de mi objeto de estudio y parte de mis fuentes de inspiración y de mis reflexiones: es uno de los temas de la Saga Casasola -conformada por las novelas La octava plaga (2011), Toda la sangre (2013), Carne de ataúd (2016), e Inframundo (2017), y por los cuentos de la Trilogía del terror: Los niños de paja (2008), Demonia (2012) y Mar negro (2014)-, que no es otra cosa que mi intento por estudiar y tratar de entender nuestra relación con la nota roja como país y como sociedad.